Tal
vez haya herido nuestra sensibilidad esta pregunta difundida por los medios de
comunicación y planteada por Manos Unidas en la denuncia de las nuevas formas de
esclavitud de nuestro tiempo. Oír semejante pregunta en la cultura mediterránea, donde
los códigos sociales del honor y la vergüenza constituyen valores esenciales
ancestrales, es como poner el dedo en la llaga de un problema ante el cual nuestra
sociedad, acostumbrada a la hipocresía, se puede sentir incómoda, ruborizada y hasta
escandalizada por tanta claridad. Pero también nos puede hacer pensar, y éste es el
efecto pretendido por la campaña, acerca de la discriminación y explotación de la mujer
en el pasado y en el presente. Éste es lamentablemente uno de los muchos fenómenos en
los que se pone de manifiesto el menosprecio y la humillación de la mujer en nuestros
días, pero no el único. De los mil millones de personas del planeta que viven en una
situación de pobreza extrema, el 70% son mujeres. El 60% de las horas de trabajo del
mundo está realizado por mujeres, pero ellas sólo perciben el 10% de los salarios y
poseen menos del 1% de la riqueza mundial. Y en España los sueldos de las mujeres siguen
siendo más bajos que los de los hombres.
Desde
1910 el día 8 de Marzo se conmemora como el día internacional de la mujer, pues en esa
fecha de 1857 muchas mujeres trabajadoras de la confección en Nueva York perdieron la
vida reivindicando mejores condiciones laborales y su derecho al voto. Es mucho lo que
queda por hacer para eliminar toda forma de discriminación y explotación y restituir la
dignidad y la igualdad de la mujer con sus derechos a participar en la vida económica,
social, cultural y política en cualquier lugar de la tierra.
La
problemática de la mujer puede quedar iluminada desde el evangelio de la Samaritana (Jn
4,4-43), el cual con su riqueza simbólica revela un nuevo horizonte de dignidad y de
grandeza para la mujer en su encuentro con Jesús. En la región de Samaría, que era
símbolo de prostitución para los judíos desde los tiempos del profeta Oseas, Jesús
traspasa las fronteras sociales y religiosas y de género para hacerse el encontradizo y
necesitado ante una mujer marginada por su condición de mujer, por su forma de vida y por
ser de Samaría. A través del diálogo se crea una relación profunda, que posibilita a
la mujer el reconocimiento de su peculiar historia personal y de su condición social y
religiosa, y permite la reestructuración de su vida en virtud de la acogida y de la
apertura a Jesús como fuente de agua viva. El agua viva representa el don del Espíritu
de parte de Jesús que restablece la dignidad de la mujer cambiando su identidad de
marginada en testigo ante los suyos de la humanidad nueva que emana del Mesías Jesús. El
paso de Jesús la ha convertido en un manantial de vida nueva.
Otro
motivo de esta escena evangélica importante en el recorrido cuaresmal hacia la pascua es
la posición de Jesús respecto al culto religioso. Para él, ni el monte Garizím de
Samaría, ni el monte Sión de Jerusalén, ni cualquier otro sitio, santuario o tradición
son ya lugares de los que dependa el culto auténtico. La religión que Jesús propone es
la comunión íntima con Dios Padre, el cual busca quienes lo adoren "en espíritu y
en verdad". Un poco antes, con la expulsión de los mercaderes (Jn 2,13-22), el
evangelio de Juan había mostrado que el templo de Jerusalén era una institución caduca,
sustituida por la persona de Jesús como nuevo templo de Dios. Cuando Jesús habla ahora
del culto lo hace para sustituir el orden religioso antiguo. El culto que el Padre
pretende es el culto que se realiza desde la entrega sincera de la vida por amor a los
demás, especialmente a los más necesitados y marginados. Por lo tanto, desde la fe en
Jesucristo y el seguimiento del evangelio y con la doctrina social de la Iglesia (Octogesima
Adveniens 14) no cabe más que alentar el proceso emancipador y dignificador de la
mujer, apoyar las legislaciones nacionales e internacionales que lo propicien y trabajar
por cambiar las actitudes y comportamientos que la discriminan.