El verano es una ocasión propicia para
observar el movimiento de gentes que van y que vienen. Son multitudes de hombres y mujeres
que deseosas de un merecido descanso buscan un lugar de paz, de sosiego o de distracción,
o quizás sólo un cambio de aires. En nuestra región la movida veraniega del sector
turístico genera además grandes beneficios económicos. Pero no es este trasiego de
turistas el único movimiento de multitudes que se percibe en nuestra comunidad con los
calores del verano. Muchos otros son también los que van y que vienen, pero con otros
motivos, y muy diferentes. Son coches viejos cargados hasta los topes con los enseres
adquiridos en la lucha por la supervivencia en las latitudes europeas. Son personas de tez
morena, mas no por el bronceado brillante playero, sino por las marcas étnicas de sus
lugares de origen, las regiones del Magreb, el África subsahariana y América latina. Son
los inmigrantes que van y que vienen, con documentos o sin ellos, pero siempre legales,
cuyo número ronda los 20.000 en la región y cuyos trabajos en el sector agrícola
resuelven ¡no lo olvidemos! el 30% de la mano de obra asalariada del sector en esta
comunidad autónoma. Todos ellos viven en condiciones laborales, sociales y de vivienda
sumamente precarias. Mientras tanto muchos otros "espaldas mojadas" africanos
siguen llegando a oleadas a España y hasta Murcia.
De multitudes que van y que vienen habla también el evangelio de Marcos este domingo en
la introducción al reparto prodigioso de pan entre cinco mil personas (Mc 6, 30-34). La
reacción de Jesús en esta escena evangélica puede aportar una gran luz sobre las
actitudes a adoptar ante los emigrantes que deambulan por las calles y plazas de nuestros
pueblos. Jesús se iba en barca por el mar buscando un lugar para descansar un poco con
sus discípulos, pero percibió la presencia de las gentes y, desistiendo de su
pretensión, salió, vió una gran multitud y se conmovió interiormente. Su mirada
profunda, su sensibilidad social y su amor compasivo le permite captar el estado
preocupante de los allí presentes y descubrir la causa principal de su situación:
"porque estaban como ovejas que no tienen pastor". Con esta imagen típica del
Antiguo Testamento y aludiendo a la función dirigente de los pastores el evangelio revela
la responsabilidad de los dirigentes sociales, políticos y religiosos en la penosa
situación de la muchedumbre, que el texto paralelo de San Mateo describe como extenuada y
abatida (Mt 9, 36). Agotados y malatendidos, explotados y maltratados, los emigrantes de
nuestro mundo, como ovejas sin pastor, son un exponente claro de la desastrosa
distribución de la riqueza de la tierra y reclaman por ello la atención de los
creyentes, de los pastores y de los dirigentes sociales. El profeta Jeremías acusa
abiertamente a los malos pastores que dispersan y dejan perecer a las ovejas del rebaño,
emplazándolos a una severa toma de cuentas en nombre de Dios y anuncia la llegada de un
Rey-Pastor que hará justicia y derecho en la tierra (Jr 23, 1-6).
Aunque pueda parecer extraño la primera
actuación de Jesús al afrontar esta situación es la de enseñar intensamente y, si bien
no se indica el contenido de su enseñanza, de la escena siguiente se puede extraer la
gran lección del Señor, pues no cabe duda que el gran signo del pan partido y repartido
en su dimensión pedagógica anuncia en Jesús la realización del tiempo mesiánico
de un Pastor Justo, que mediante la partición y distribución de los panes, entiéndase
de los bienes disponibles, propicia el gran milagro de la satisfacción sobreabundante de
las multitudes hambrientas y errantes. Para saciar en nuestro tiempo a dichas multitudes
es urgente que los dirigentes políticos y sociales tengan en cuenta la
magnitud del problema de la desigualdad en la distribución de la riqueza entre los
pueblos del planeta, que asuman criterios de igualdad en el reconocimiento de todos los
derechos, políticos, sociales y económicos para todos los inmigrantes, que gestionen una
política internacional capaz de propiciar el desarrollo de los pueblos extremadamente
pobres, destinando el 20% de la ayuda internacional, en vez del 10% actual, a programas
sociales de educación, salud, nutrición y agua potable y que eliminen las barreras
reales del desarrollo económico de los países empobrecidos mediante la cancelación
regulada e inteligente de la deuda externa y el establecimiento de relaciones comerciales
más justas entre los pueblos de la tierra.