En
el domingo de Pascua un mensaje de alegría resuena por toda la tierra: Cristo ha
resucitado. Este es el primer día de la nueva creación. La intervención definitiva de
Dios en la historia humana es la Resurrección de Jesucristo. Dios ha sellado la vida del
crucificado con una victoria decisiva. Las señales corporales de Jesús, las marcas de su
crucifixión en las manos y el costado acreditan que es su espíritu de amor y de entrega
quien genera vida, paz y fraternidad entre los hombres. A partir de la resurrección
sabemos que, en medio del sufrimiento y del dolor de la vida humana, la última palabra en
la historia es la de Dios, pues en la resurrección de Cristo ha vencido el amor, el bien,
la justicia, la verdad, el perdón, la paz, la fraternidad, la solidaridad y la alegría.
Por eso podemos felicitarnos todos: (Feliz Pascua!
La
resurrección de Cristo es el acontecimiento decisivo de transformación del ser humano en
su proceso evolutivo, pues el Espíritu de Cristo, su aliento de vida y su fuerza están
infundiendo un nuevo vigor a la humanidad entera. En el segundo relato de la creación del
libro del Génesis (Gn 2, 4-25) se cuenta que el hombre recibió el aliento de Dios y se
convirtió en ser vivo. De modo semejante, en la nueva creación el ser humano recibe el
aliento de Jesús y se convierte en Hombre Nuevo. Este cambio cualitativo en el hombre es
un fenómeno del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que ha
convulsionado la tierra entera difundiendo por doquier la potencia de su amor. Este
Espíritu se hace presente en la historia de modo singular como palabra generadora de vida
nueva. La palabra es soplo, aliento, aire y espíritu articulado, cuya potencia es vital.
Mas en la nueva creación del hombre, a partir de la resurrección de Cristo, la mujer
adquiere un protagonismo excepcional. Las mujeres del evangelio ocupan un lugar primordial
en la génesis de la nueva humanidad, pues ellas son las primeras en recibir el mensaje de
la resurrección, a ellas en primer lugar se aparece Jesús resucitado, y ellas son las
primeras a las que se les encomienda transmitir a los demás discípulos el mensaje
pascual. Por tanto, ellas constituyen la primera mediación entre el acontecimiento
trascendental de la resurrección y los discípulos. En el evangelio de San Mateo se
acentúa estel papel relevante de la mujer. Pero su preeminencia en la experiencia de la
resurrección no es casual. El mismo evangelio nos relata que ellas permanecieron firmes
ante el crucificado cuando todos los discípulos habían abandonado a Jesús dejándolo
solo en la hora decisiva de la muerte. Y también ellas, y no los discípulos,
presenciaron su sepultura. Ellas manifestaban como nadie el dolor desconsolado y la
añoranza irreprimible por el amado ausente. Así pues, su inquebrantable fidelidad a
Jesús, incluso estando ya muerto, las hace garantes de un testimonio sumamente
cualificado en la iglesia naciente. Como ellas, todo aquel que permanezca firme y
solidario ante el dolor y el sufrimiento de cualquier ser humano, especialmente ante el
sufrimiento injusto, se convierte en testigo por excelencia de la humanidad resucitada que
tiene en Cristo su primicia y que constituye la esperanza viva de la transformación
definitiva del hombre.
Al
alumbrar el nuevo día las mujeres reciben, con miedo y alegría a la vez, el mismo
mensaje que transmitirán, una palabra inaudita en la historia humana: Ha resucitado
(Mt 28,7). Al irse del sepulcro la paradoja se resuelve en alegría plena gracias al
encuentro emocionado con Jesús. El anuncio de las mujeres se convertirá en punto de
partida de una nueva relación humana: la fraternidad. Pero esta palabra generadora de
fraternidad y de alegría como principio de la nueva humanidad no es un hecho caprichoso
del azar, sino que requiere el desarrollo libre y personalmente aceptado de las
potencialidades de amor del ser humano. Es misión primordial de la Iglesia recordar y
anunciar la presencia del Espíritu en toda persona que haciendo el bien y estando cerca
de los que sufren la miseria, la injusticia, la opresión y la violencia, dan testimonio
de la fraternidad universal de la familia humana, encaminada irreversiblemente hacia el
Padre por el crucificado y resucitado.