¡Muera
el día en que nací!.
¡Cuántas
personas dirán hoy en el mundo esta maldición!
Quien
así se queja también es Job cuando, caído en desgracia, desprovisto de todos sus
bienes, habiendo perdido a sus hijos, y desahuciado por sus múltiples llagas, empieza a
hablar ante sus amigos Elifaz, Bildad, y Sofar en el libro bíblico que lleva su nombre.
El libro de Job, del cual hoy se lee un fragmento en las iglesias (Job 7,1-7), es un drama
literario genial y fascinante, donde la pasión del protagonista se revela en su palabra
atrevida y desafiante, rebelde y desesperada, interpelante y misteriosa. Job no es el
prototipo de la paciencia y de la resignación, sino el hombre audaz que afronta la
miseria de su increíble situación, desafiando el enigma del sufrimiento más terrible y
enfrentándose incluso a Dios. Pero Job es sobre todo la figura del sufrimiento del
inocente y el paradigma de la humanidad doliente y rebelde que se interroga sobre su
destino. En Job se aborda el problema del mal y su relación con Dios hasta poner en
cuestión la teoría tradicional de la justicia retributiva, según la cual Dios premia a
los buenos y castiga a los malos.
Y es
que Job es inocente. Como inocente es también la mayor parte de personas que hoy en el
mundo, en virtud de su estado de salud, podría maldecir el día en que vieron la luz.
Porque Job es el enfermo, tal vez terminal, de cáncer, de sida o de cualquier mal
todavía incontrolable por la medicina. Pero aún más inocentes son, si cabe, las
víctimas de los males sociales que abruman a la humanidad. Y si bien resulta inexplicable
el dolor de los inocentes por el sufrimiento inherente a la naturaleza humana, resulta
escandalosamente terrible el sufrimiento de los inocentes que tiene su origen en la misma
acción o inhibición humana, pues por no ser ya inexplicable se convierte en un clamor
alarmante. Job es también el pobre y el desheredado de la tierra. Job es el marginado, el
inmigrante forzoso y el transeúnte. Job es el parado involuntario y permanente del
sistema capitalista. Y Job son los pueblos endeudados e insolventes del mundo. Son los
indigentes, sometidos y esclavizados por la deuda de sus Estados pobres a nuestros Estados
ricos. Job son miles de mujeres esclavizadas, maltratadas y explotadas. Son los mil
trescientos millones de seres humanos que sobreviven con menos de 225 pesetas al día. Son
los 35.000 niños y niñas que mueren cada día por causa de su pobreza inocente. Mientras
tanto la deuda de los pobres sigue creciendo y dejando postrada a gran parte de la
humanidad.
Siguiendo
el Evangelio de hoy (Mc 1,29-39) a Jesús se le informa de la situación de postración de
una mujer enferma. En ella puede verse la humanidad doliente, pasiva y acosada por el mal.
Al comienzo del Evangelio no es todavía el momento para que Jesús dé su visión total
del problema del sufrimiento inocente planteado por Job, pero Jesús actúa frente al mal
haciendo posible el cambio de situación de la mujer. La humanidad sale de su enfermedad
para convertirse en servidora. La tarea mediadora de la Iglesia ante el mal de este mundo
se hace presente de modo singular en la Campaña contra el Hambre en el Mundo realizada
por Manos Unidas. En este año jubilar su acción se centra en la denuncia de la injusta
distribución de la tierra y de su inadecuada explotación. Al mismo tiempo, junto con
otras organizaciones sociales, sigue participando en la campaña "Deuda Externa
¿Deuda Eterna?". Desde esa plataforma hace unos días se ha solicitado al presidente
del Gobierno español la condonación total y controlada de la deuda de 13.237 millones de
pesetas a Venezuela, país que se enfrenta a una situación de extrema pobreza agravada
por las inundaciones de diciembre. Apoyemos con todas nuestras energías la mediación y
la intervención en estas causas justas a favor del inocente que sufre.