Al
abordar el problema de la pobreza estructural de nuestro mundo nos referimos a los
empobrecidos y a los enriquecidos del sistema social vigente, sabiendo que el
enriquecimiento de unos se produce a costa del empobrecimiento de los otros. Este
fenómeno se presenta ante nosotros con muchos rostros: el de los inmigrantes legales o
ilegales en los países desarrollados, el de los niños explotados y el de los pueblos
sometidos económicamente a la violencia de los estados poderosos y de los grandes
capitales que circulan y campean a sus anchas por el planeta comandados por los magnates
de la Comisión Trilateral.
El
mensaje bíblico eclesial en este domingo (Sof 2,3; 3,12-13; 1 Cor 1, 26-31; Mt 5, 1-12)
es que Dios elige a los pobres, a lo que no cuenta en este mundo para anular a lo que
cuenta. En San Mateo las bienaventuranzas constituyen la solemne obertura del sermón de
la montaña. Jesús llama dichosos, en primer lugar, a los pobres y a quienes están o
pasan por una situación de negatividad extrema: los que gimen, los indigentes y los que
tienen hambre y sed, también de justicia. Pero ¿no parece una ironía que Jesús llame dichosos
a los pobres? Mateo además radicaliza el mensaje de la bienaventuranza de los pobres
haciéndola extensiva a los que libremente entran en esa situación por causa del Reino y
por su fidelidad a Dios: son los pobres con espíritu y los pobres a conciencia.
No
se trata de una ironía sino de una felicitación, pues la razón de la dicha no es la
situación en que se encuentran sino el giro que van a experimentar esas condiciones
sociales. Sólo por ser víctimas, por ser sufrientes, independientemente de sus creencias
religiosas y de su origen, Dios está de su parte y promete un futuro que se cumplirá.
Dios anulará tal estado de negatividad y de injusticia. En la segunda parte de las
bienaventuranzas Jesús declara dichosos a personas cuya disposición interior y cuyas
acciones pertenecen a un nuevo estilo de relaciones humanas y con Dios: los que practican
la misericordia y la solidaridad, los que viven la transparencia interior, la autenticidad
y la fidelidad, los que comprometen su vida por la paz y la justicia.
Los
pobres son los que carecen de medios para una subsistencia humana y digna. Y en este
estado de indigencia malviven millones de personas de este mundo a causa de la injusticia
social, del mal reparto de la riqueza y del subdesarrollo permitido de pueblos enteros y
sectores numerosos de población. Pues el Reino de Dios dice Jesús- es un don que
les pertenece a ellos. Más aún la propuesta de Jesús es que sus discípulos se hagan
también pobres, no porque la pobreza sea un bien, ni porque ésta traiga consigo la
dicha, sino porque mientras exista un pobre en nuestra tierra, hacerse pobres a conciencia
trae igualmente la dicha.
Afrontar
la pobreza estructural es una exigencia de primer orden desde una lectura creyente y
actualizada de las bienaventuranzas. Se exige una mejor concienciación y una mayor
coordinación de esfuerzos. Podemos apoyar las campañas de la condonación controlada de
la deuda externa de los países pobres promovida por Caritas, Manos Unidas, Justicia y Paz
y la Confer, la del 0,7 %, y las iniciativas de las ONGd orientadas a desactivar los
mecanismos generadores de pobreza y a promover el desarrollo de los pueblos. La fuerza de
las bienaventuranzas consiste en que Dios hace llegar su Reino en el tiempo presente para
los que son pobres, para los pobres con espíritu, es decir, con la fuerza interior para
afrontar la situación social injusta en que están y luchar con esperanza por su
liberación y para los que se hacen pobres a conciencia, para los que por ser fieles a
este plan de justicia de Dios, son incluso perseguidos.