Desde el pasado día veinte las fuerzas armadas
angloestadounidenses están invadiendo Irak y asediando sus
ciudades. Lo hacen por orden de Bush y Blair y con el apoyo
explícito del gobierno conservador de esta España nuestra. La
violencia de la ofensiva militar deja una huella terrible de
ruinas, calamidades y miseria. Las bombas, los misiles y los
cañonazos han destruido ya edificios importantes de la
administración y de los medios de comunicación irakíes. Todo eso
es lamentable pero se podrá reconstruir. Pero lo que no tiene
arreglo ni solución es la muerte de los centenares de personas que
han sido y siguen siendo víctimas de esta invasión imperialista.
Muchos de los muertos son civiles, entre ellos los que se
contabilizan bastantes niños y mujeres. Sus vidas son pérdidas
irreparables provocadas por la sinrazón de tres iluminados que han
decidido arbitrariamente que el mundo es suyo y que quieren
conquistar el control geopolítico de aquella zona de Oriente
Medio.
Esto es una injusticia clamorosa pues atentar contra la vida y
la dignidad de un pueblo inocente bajo el pretexto de derrocar al
tirano Sadam Husein es, en todo caso, una medida desproporcionada
respecto al fin que pretende conseguir. Desde el punto de vista
moral se podría comprender la muerte del tirano. Todo el mundo
sabe que hoy existen medios a disposición de los magnates del
planeta para eliminar a S. Husein del panorama político si es que
éste fuera el objetivo real de los aliados. Pero los intereses son
probablemente otros. Ni siquiera el botín económico que se pueda
derivar de una conquista de Irak, de sus pozos de petróleo y del
desarrollo de la industria armamentística que supone esta ofensiva
militar, es el objetivo primordial de la misma, sino la obtención
de una hegemonía en la zona que permita proclamar ante el mundo la
soberanía todopoderosa de EE.UU. La cuestión es el poder por el
poder, con sus logros económicos, por supuesto. Realmente a estos
tipos les importan poco los muertos que traerá consigo la guerra
que ellos han entablado.
En este contexto trágico del mundo las voces se alzan
insistentemente en todas las ciudades del planeta, las
manifestaciones contra la guerra se llevan a cabo a través de
múltiples expresiones de rechazo en las calles y plazas del mundo.
A pesar de ello la guerra continúa.
Los responsables políticos de la invasión injusta de Irak no
quieren oír el mensaje de la opinión pública mundial dominante en
contra de la guerra ni siquiera el mensaje firme, contundente y
dolorido de Juan Pablo II, el cual también ha denunciado la
injusticia e ilegalidad de este ataque.
Los cristianos entendemos el tiempo de la cuaresma como un
tiempo de conversión. Puesto que los dirigentes políticos
responsables de esta guerra aparecen ante el mundo como creyentes
de las tradiciones cristianas sólo nos queda el recurso a la
palabra del Evangelio para exigirles que paren la guerra, pues en
él Jesús proclama dichosos a los que trabajan por la paz (Mt 5,9)
y en el quinto precepto se prohíbe dar muerte a otro ser humano (Éx
20,13).
No sé si el presidente del gobierno irá hoy a misa, pero si lo
hiciera me pregunto qué sentirá al oír en la carta a los
cristianos de Éfeso: "Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que
nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó practicásemos"
(Ef 2,10). A lo mejor entonces hará una oración por la paz en Irak
y se le tranquilizará la conciencia.