El martes pasado entró en vigor la ley de
extranjería aprobada por el gobierno español en esta nueva legislatura. Se trata de una
ley que recorta sobremanera los derechos de los inmigrantes no regularizados, pues a
éstos no se les reconocen derechos humanos fundamentales como son el de reunión,
asociación, sindicación y huelga. Al mismo tiempo la ley exige un periodo de cinco años
(antes eran sólo dos) de permanencia continuada en España para poder obtener el permiso
de residencia permanente. Asimismo la ley posibilita la expulsión por procedimiento
preferente, en un plazo de cuarenta y ocho horas, a quienes carezcan de permiso de
residencia, lo tengan caducado o estén trabajando sin autorización.
Estas medidas afectan, sólo en la región
de Murcia, en este momento a unas 15.000 personas. Esto ha provocado diferentes reacciones
de protesta contra la entrada en vigor de dicha ley. Los múltiples encierros de
inmigrantes y las manifestaciones de apoyo en defensa de todos sus derechos ponen de
manifiesto la gravedad del tratamiento discriminatorio que están sufriendo los
inmigrantes.
Casi seguro que la mayor parte de los
políticos conservadores que han promulgado esta ley de extranjería discrimatoria de los
inmigrantes y promotora de desigualdades aún mayores entre los mismos pobres, no tendrá
hoy la oportunidad de oír el mensaje del Evangelio que supuso, según Lucas, el primer
conflicto de Jesús con los de su tierra. Desde su primera intervención pública en
Nazaret (Lc 4,16-30), Jesús se gana las iras de sus paisanos por defender en primerísimo
lugar la causa de los pobres y oprimidos, de los desamparados y de los excluidos.
Tras escuchar la proclamación del año de
gracia del Señor con el marcado sentido liberador que Jesús concede a las palabras de Is
61,1-2, lo que no podían imaginar aquellos nazarenos es que Jesús les pusiera como
ejemplo de acogida del favor divino precisamente a dos extranjeros: la pobre viuda de
Sarepta en el territorio de Sidón (1 Re 17,9) y Naamán el sirio leproso (2 Re 5,15).
Jesús sorprende a los nazarenos al demostrarles que los destinatarios de la liberación
no son ellos por pertenecer al pueblo de Israel, sino todos los necesitados, oprimidos y
excluidos independientemente de su credo religioso y de su identidad cultural o étnica.
También los cristianos,
tras haber celebrado el año jubilar, debemos orientar nuestra atención hacia los más
pobres y excluidos, entre los cuales se encuentran los extranjeros inmigrantes entre
nosotros. La Biblia, en sus tradiciones legales originarias, el código de la alianza del
libro del Éxodo, el código del Deuteronomio y la ley de santidad del Levítico, articula
y desarrolla una legislación genuina sobre el inmigrante, el cual es siempre beneficiario
de las medidas de protección social recogidas en las leyes de la sociedad israelita ya
desde el siglo IX a. C. En esas leyes, que revelan el proyecto de Dios sobre la
convivencia humana en la justicia, el inmigrante tiene todos y los mismos derechos que el
nativo (Lv 19,33-34; Éx 22,20; Dt 10,19; Nm 15,15). Con la Biblia como fuente de
inspiración de las leyes sociales y con la proyección universal de liberación y de
justicia del mensaje de Jesús, la ley de extranjería vigente no se puede sostener, pues
todos los inmigrantes, con documentos o sin ellos, son legales y deben tener reconocidos
todos sus derechos sociales.
José Cervantes es sacerdote
y profesor de Sagrada Escritura