Como estamos en verano y muchos disfrutan
de vacaciones en lugares diferentes de su domicilio habitual, seguramente algunos de los
que vayan a misa podrán pensar que se han equivocado de iglesia al oír el evangelio.
Pero no. No se han equivocado.
El evangelio de Lucas de este domingo es
así, aunque parezca inoportuno. Se trata de un breve fragmento de palabras de Jesús que
aparece instruyendo a sus discípulos en su recorrido hacia Jerusalén (Lc 12,49-53).
Expresiones como «fuego he venido a lanzar a la tierra» y «no he venido a traer paz
sino división» no parecen del lenguaje de Jesús. Son muy duras al oído y demasiado
radicales como para que hayan sido pronunciadas por Jesucristo.
En realidad lo que ocurre es que estamos
acostumbrados a una imagen dulzona, meliflua y conciliadora de Jesús, que se ha utilizado
muchas veces para legitimar la pasividad, la resignación y la indiferencia ante los
graves problemas del sistema social y religioso vigente.
Pero Jesús es consciente de la lucha que
lleva consigo la realización del Reino de Dios en esta tierra. Él habla paradójicamente
de conflictos y de luchas, de división y de un fuego que ya está ardiendo. Jesús no ha
venido a dejar en paz el mundo en que vivimos, ni a traer una paz tranquilizadora que
evite los conflictos a toda costa. Su postura no es diplomática ni de connivencia alguna
con el mal.
Su radicalidad al enfrentarse con los
dirigentes religiosos, desenmascarando la mentira y la hipocresía del culto vacío que
éstos practican y la ostentación del poder que ejercen le va a costar en último
término la cruz.
Pero éste es el destino de los profetas
cuando, por ser fieles a Dios, proclaman y defienden la verdad. La misión del profeta es
mirar la realidad en toda su profundidad para descubrir en ella, mucho más allá de las
apariencias, las causas últimas, los motivos determinantes y el afán de poder que se
esconde detrás de cualquier coyuntura social, política y religiosa injusta.
Por eso, los jerifaltes de palacio tiraron
al aljibe al profeta Jeremías, porque les molestaba oír su crítica profética y
amenazante (Jer 38,4-6) que ponía en evidencia con su denuncia el engaño al que tenían
sometido a su pueblo.
La razón de los conflictos reside en que
la palabra de Dios es capaz de iluminar los lados oscuros de la realidad. Si queremos que
nuestro mundo y nuestra Iglesia cambien, fijemos nuestros ojos en este Jesús del
evangelio.
Un Jesús que, lejos de cualquier postura
neutral, adopta un talante firme y radical de lucha contra la pobreza y la injusticia,
contra la hipocresía y la manipulación de Dios, enseñándonos que hemos de trabajar con
ahínco contra la exclusión y la opresión de los débiles, de los pobres y de los
inmigrantes.
Adoptar esta misma postura de Jesús puede
complicarnos la vida y crearnos algunos problemas, pero no tengamos reparo en hacerlo,
pues aún no hemos llegado a la sangre en nuestra lucha contra el pecado y contra el mal.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"