En el día de
Pentecostés la comunidad cristiana celebra la venida del Espíritu Santo
sobre los testigos del acontecimiento trascendental de la historia de la
humanidad, que ha tenido lugar en la persona y en el misterio de Jesús de
Nazaret. Su muerte en la cruz y las causas históricas que la propiciaron
así como la primicia de su resurrección de entre los muertos y el valor
salvífico de la misma para todo ser humano constituyen el núcleo esencial
del Evangelio y el germen de la nueva humanidad.
Los testigos de tan grandes acontecimientos recibieron
de Jesús su Espíritu, su ímpetu, su aliento y su fuerza para transmitir
por toda la tierra la gran noticia del evangelio, proclamando la más
profunda verdad del ser humano, a saber, que todos somos hijos de Dios y,
por tanto, que estamos llamados a vivir en auténtica fraternidad.
La biblia relata el misterio de la venida del Espíritu
en dos versiones diferentes que hoy se leen en
la Iglesia. El texto lucano de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-13) lo
presenta en el día de Pentecostés como una manifestación portentosa de
Dios, con los elementos simbólicos del viento, del ruido y del fuego,
signos de la potencia divina, que impulsa al testimonio de fe en la
diversidad de lenguas. Esa misma diversidad de dones que emanan de un
mismo Espíritu de amor es destacada por Pablo (1 Cor 12,1-31) poniendo de
relieve el valor de la pluralidad de los miembros y funciones de la
comunidad cristiana edificada por el amor. La efusión del Espíritu según
el cuarto evangelio (Jn 20,19-23) se presenta de un modo más personal. Es
el mismo Jesús resucitado, inconfundible por las señales propias del
crucificado, el que exhala sobre los discípulos su aliento y su Espíritu,
de modo que éstos sean receptores y, a la vez, testigos de la paz, de la
alegría y del perdón en el mundo.
De estos grandes dones del Espíritu estoy convencido de
que el perdón es la experiencia espiritual realmente regeneradora de la
humanidad en todos sus ámbitos, porque es la vivencia rehabilitadora del
corazón humano. Y desde esta experiencia será posible la paz y la alegría
verdaderas. La paz personal de la vida interior como acción eficaz del
Espíritu en cada cual nace de la vivencia profunda y permanente del perdón
de Dios. La paz en la vida política es posible si se activa la petición de
perdón ante el reconocimiento de las culpas y de los errores políticos
cometidos. En los múltiples frentes donde la paz política es todavía una
utopía, como por ejemplo en el país vasco o en el conflicto entre
palestinos e israelíes, se hace necesaria la proclamación del valor
político del perdón como único camino de reconciliación, que empieza
necesariamente por el reconocimiento de la verdad y la solicitud de perdón
por las propias culpas. Muchas heridas de las que hay abiertas en nuestro
entorno y en nuestro mundo sólo podrán cicatrizar por la vía de la
reconciliación.
Que el Espíritu del crucificado y resucitado avive en
los cristianos la experiencia del perdón e ilumine las mentes y los
corazones de los dirigentes políticos y sociales para encontrar los
senderos de la reconciliación y de la paz.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"