Aunque
sólo sea con unos pocos aviones y con el personal militar correspondiente, pero con una
aportación económica de miles de millones de nuestros presupuestos, España está
participando como miembro de la OTAN en la operación bélica contra la República Federal
de Yugoslavia. Ciertamente las actuaciones de limpieza étnica protagonizadas por el
gobierno yugoslavo en Kosovo merecían sin duda una respuesta contundente de la comunidad
internacional, como también lo merecen otras situaciones del mundo donde los derechos
humanos están siendo permanente y sistemáticamente violados. Ante la crisis
serbio-kosovar, paradójicamente la reacción ha sido tardía y, sin embargo, precipitada.
Tardía porque Milosevic lleva actuando así casi una década, y precipitada porque la
OTAN como institución militar se ha atribuido un poder que no le corresponde al haber
usurpado las atribuciones reconocidas internacionalmente a la ONU, la única instancia
representativa de los pueblos de la tierra y garante de la paz en el mundo. Si a esto
añadimos los grandes errores humanitarios de la OTAN en la ejecución de sus objetivos,
los enormes "daños colaterales" y los imprevistos e incalculables efectos de la
guerra con el alto costo en vidas humanas (sólo del lado de la población balcánica) y
el destierro de miles de refugiados, hemos de levantar nuestras voces para intentar frenar
la barbarie que desde los dos bandos se está consumando.
Urgir
el protagonismo de la ONU en la resolución del conflicto para propiciar una paz justa y
duradera en los Balcanes, la retirada de las fuerzas serbias de Kosovo, el cese de los
bombardeos y el retorno de los refugiados kosovares, son prioridades que la sociedad civil
debe apoyar en este momento de forma masiva en Europa para cooperar con los esfuerzos
diplomáticos de quienes están gestionando los pasos hacia la paz. Por eso para este
domingo se ha hecho un llamamiento por la paz en todas las ciudades de Europa, también en
Murcia.
Coincidiendo
con este domingo las comunidades cristianas, al celebrar la fe en Jesucristo y en el Dios
del amor cuyo Espíritu se difunde por toda la tierra, escuchamos con una formulación
única en el Nuevo Testamento, el deseo de Pablo a la comunidad de Corinto: "Que el
Dios del amor y de la paz esté con vosotros" (2 Cor 13,11). Impulsados por el Dios
del amor los cristianos hemos de trabajar incesantemente por la paz. Una paz que no sólo
consiste en la ausencia de guerras, sino en la creación de condiciones de vida justa,
igualitaria, digna y libre en todo el planeta. Una paz que además ha de gestarse con los
medios de la paz: el diálogo, el respeto a las diferencias y la tolerancia.
En
los Estados de derecho no es posible atentar contra la libertad y la vida de nadie, y
mucho menos de personas inocentes. A toda limitación de la libertad debe preceder una
sentencia dictada por instancias judiciales tras un proceso de esclarecimiento de la
verdad. El Tribunal Internacional de la Haya ya ha inculpado a Milosevic. La OTAN por
tanto debe ceder su capacidad resolutiva a la ONU y a los parlamentos nacionales, para que
el derecho se consolide y aflore la justicia. Que sea éste el camino de la paz que
apoyemos. Un camino esclarecedor de la verdad, pues la verdad no puede quedar encubierta
ni siquiera en aras del amor. Éste se goza siempre en la verdad, y una vez clarificada la
verdad se hace posible la justicia, e incluso el arrepentimiento y el perdón. Pero
cualquier intervención que pretenda interrumpir el esclarecimiento de los hechos,
anticipándose a una sentencia justa, pone trabas a la verdad. Sólo el amor que se goza
en la verdad es auténtico y de sus hontanares vitales emanan como inmensos ríos que se
besan la paz y la justicia. Más allá de cualquier ideología, el Evangelio proclama
dichosos a los que tienen hambre de esa justicia y a los que realmente trabajan por la
paz, porque a ésos los llamará Dios hijos suyos (Mt 5,9).