Una de las críticas más
importantes que la cultura moderna ha realizado a la tradición religiosa
está referida al principio de autoridad. El ejercicio del poder investido
de carácter divino y, por tanto, haciéndose inmune a toda crítica, a toda
exigencia de transparencia y legitimidad racional, ha servido demasiadas
veces a lo largo de la historia para dominar, someter, tiranizar, oprimir
y cometer toda clase de injusticias o vejaciones de la dignidad humana. Y
lo que es más grave, esto se ha hecho en nombre de Dios, en defensa de la
ortodoxia o con cualquier otra excusa, aparentemente noble. Pero los
pastores de la Iglesia, que, hoy como ayer, pueden hacerse merecedores de
esta crítica, han de mirar a sus propias fuentes para encontrar los
criterios adecuados en el ejercicio de su misión.
En la tradición epistolar de San
Pedro, cuya fiesta celebramos ayer, se encuentra un texto que indica cómo
los responsables de la Iglesia deben ejercer el ministerio de pastores del
rebaño de Dios. En 1 Pe 5, 2-3 se señala una serie de actitudes que deben
caracterizar la conducta de todo pastor, mostrando a la vez cuáles son
impropias de su identidad y de su misión. Al exhortar a pastorear el
rebaño de Dios, en la tercera contraposición de la serie, dice: «no como
déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del
rebaño». El autor de la carta advierte así la incompatibilidad existente
entre el ejercicio despótico del poder en la Iglesia y la dignidad del
pastor del rebaño de Dios. El elemento negativo de esta contraposición es
el verbo tiranizar (en griego katakurieuo), cuyo participio
está a la base de la expresión «no como déspotas». Los responsables de la
Iglesia deben mirar por el rebaño de Dios no como déspotas sino como
modelos del rebaño. El verbo tiranizar indica el señorío que los
príncipes de este mundo ejercen sobre las demás personas en beneficio
propio y a costa de los demás. Pero en 1 Pe 5,3 no sólo se amonesta ante
el ejercicio despótico del poder por parte de los pastores de la Iglesia,
sino que además se les recuerda la razón última y más profunda de los
límites en el ejercicio del poder, a saber, que los cristianos son
rebaño de Dios, son propiedad de Dios y pertenecen sólo al Pastor
supremo como único Señor. Por eso ningún pastor de la comunidad puede
ejercer de señor en la misma. El rebaño de Dios no es posesión
suya. La grandeza de los responsables eclesiales, lejos de medirse en
términos de poder y de prepotencia, de imposición de criterios y de normas
a la comunidad, se ha de medir más bien en términos de servicio, de
diálogo, de humildad, de colaboración y de corresponsabilidad para hacer
el bien a los hermanos.
La orientación petrina acerca de la
autoridad en la comunidad cristiana supone una concepción del liderazgo
basado en la ejemplaridad de vida, y no en una verticalidad dominante en
la relación entre hermanos. La llamada a convertirse en modelos del rebaño
implica que los pastores de la Iglesia deben desempeñar su ministerio
siguiendo las huellas del Pastor supremo. Por ello han de tener una
disponibilidad total para servir a los demás con un talante de diálogo
abierto, de atención a la dignidad de las personas y de respeto a los
derechos comúnmente reconocidos por la Iglesia universal a los diversos
ministerios y carismas.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"