El pasado martes la banda asesina del país
vasco truncaba una vez más la vida de un ser humano que se dedicaba legitimamente al
servicio de la comunidad de Zumárraga desde su opción política personal. Acribillado a
balazos, Manuel Indiano pasa a ser la última víctima mortal de los desalmados
terroristas que siguen sembrando el horror, el crimen y la barbarie en una tierra sedienta
de paz y de libertad. Entre otras consecuencias este recientísimo atentado deja tras de
sí el escalofriante desastre humano de una niña ya huérfana incluso antes de nacer.
En esta niña y en su madre he pensado
inmediatamente al leer el fragmento de la carta de Santiago que este domingo se proclama
en la iglesia católica. En el mismo se revela a los cristianos que la auténtica
religión a los ojos de Dios Padre consiste en la atención a los huérfanos y a las
viudas en sus tribulaciones (Sant 1,27). Vaya desde aquí una muestra pública más de
solidaridad y de esperanza con los que sufren muy de cerca el dolor por el asesinato de
Manuel. Pero me duele mucho tener que manifestar también mi pesar al soportar el cinismo
incomprensible de los políticos dirigentes del país vasco que no asistieron al entierro
de Manuel ni compartieron las lágrimas de su familia, si bien es verdad que participaron
en las manifestaciones públicas de condena y de rechazo del vil crimen.
Con todo, la ambigüedad parece siempre la
nota dominante del sonsonete nacionalista, y cuando el dilema es optar entre la vida y la
muerte no hay camino intermedio. Si además oímos decir que el terrorismo vasco es
"una cuestión de carácter", que permite imaginarse a un vasco con un arma en
la mano, tal como afirma el presidente peneuvista, entonces es que no se sabe sopesar el
alcance, la inoportunidad y la amoralidad de las palabras. Tal vez sea porque algunos ya
están en un doble lenguaje y en una doble vida más propios de psicópatas que de
políticos razonables.
En todo caso la mayor crítica radical del
Nuevo Testamento a la doble vida y a la ambigüedad mediocre emana también de la carta de
Santiago, una carta, escrita probablemente a finales del s. I, de carácter didáctico y
con una orientación ética propia de un maestro de la comunidad cristiana, que, en
coherencia con su fe en Cristo, en el lenguaje sapiencial y bíblico del hombre religioso
y con la fuerza crítica e interpeladora del profeta, responde a algunos problemas
candentes de aquel momento, saca las consecuencias fundamentales del mensaje de Jesús en
orden a una vida auténticamente cristiana y alza su voz de alerta ante la posibilidad de
que la religiosidad se convierta en una farsa, la palabra en un veneno mortal, la ley en
una trampa, y la fe inoperante en un cadáver. Santiago hace una llamada a vivir el
espíritu cristiano dentro y fuera de la comunidad bajo el signo de la autenticidad, con
coherencia de criterios y el contundente rechazo a la doble vida (Sant 1,8; 4,8). Por ello
puede servir su lectura para encontrar criterios cristianos que contribuyan a tomar
posturas firmes ante los asesinatos
perpetrados por el terrorismo, uno de los principales males de nuestro tiempo.