El tema estrella de este fin de semana es
la palabra «diálogo» que emana de la manifestación masiva de Barcelona con motivo del
último atentado. Una gran mayoría de la población pide y exige el diálogo entre los
políticos y entre los principales partidos democráticos del estado español y del país
vasco en la búsqueda de la unidad de acción contra los pistoleros.
En la sociedad democrática la tolerancia
de la pluralidad de opciones, el respeto a la diversidad de ideologías, el aprecio de
otras concepciones sociales y políticas diferentes a las nuestras, la cooperación en el
bien común y la defensa de las propias ideas requieren como instrumento fundamental el
uso de la palabra con toda libertad. La palabra argumentada desde la razón y protegida
por la Constitución destila la esencia de la humanidad en los múltiples foros que el
estado de derecho propicia. Desde la cátedra universitaria hasta el parlamento, desde los
medios de comunicación de masas hasta la más pequeña reunión, la palabra, oral o
escrita, es el instrumento elemental de la comunicación humana, la garante del
entendimiento mutuo entre las gentes y la configuradora de un orden social armónico. El
intercambio enriquecedor de la palabra se convierte en diálogo fecundo, capaz de abrir
caminos de encuentro entre los individuos más diferentes, de generar proyectos comunes
entre los pueblos más diversos y de avanzar en la conquista de las cotas más altas de
dignidad, de libertad y de justicia en la organización de la vida humana. Por ello el
diálogo respetuoso y sincero es, sin duda, uno de los grandes valores de la democracia,
por el cual es necesario velar atentamente.
Mas el diálogo auténtico sólo es posible
con quien busca con la vida la verdad. En el Evangelio de hoy Jesucristo se identifica
como «testigo de la verdad» en un reino que ciertamente no pertenece al sistema vigente
del mundo éste (Jn 18,37). Jesús proclama y sostiene la verdad ante Pilato,
representante cínico del poder y de la violencia. Después Jesús, maltratado y torturado
(Ecce Homo) no responde ni palabra ante la provocación e interpelación del violento. El
silencio sumamente elocuente de Jesus se convierte en palabra que revela la altísima
dignidad de quien el Apocalipsis presenta también hoy como el «testigo digno de fe» (Ap
1,5).
La maravillosa virtualidad de la palabra,
en cuanto instrumento eficaz del diálogo, puede verse estropeada por diferentes motivos,
sobre todo en los ámbitos del poder. Quien se mueve habitualmente en la mentira, en el
oportunismo o en la ambigüedad del doble lenguaje no es un sujeto habilitado para el
diálogo. Quien tergiversa, desfigura, manipula o enmascara con habilidad la verdad, no
está capacitado para el diálogo. Quien no es fiel a la palabra dada, ni compromete su
vida en lo que dice, quien dice hoy una cosa y mañana la contraria sin percibir apenas la
diferencia, quien no se retracta del error cometido ni afronta su propia culpa, quien no
reconoce su propia responsabilidad en la permisividad o connivencia con el mal, desvirtúa
las palabras y no está capacitado para el diálogo.
En el mundo de la política, de la
religión o de las comunicaciones, lo peor que puede oír una personalidad de rango
público o investida de autoridad es «Vd. ya no es de fiar», porque ha perdido toda su
credibilidad. En la lucha contra la violencia terrorista el gran obstáculo para la unidad
de los demócratas es que algunos ya han perdido la credibilidad. Por eso no es cuestión
sólo de voluntad de diálogo, sino de posibilidad de diálogo. Si no hay una
reconsideración y una asunción de los errores cometidos por los partidos democráticos
en la tarea de la pacificación, si no se recupera la credibilidad, no habrá posibilidad
de diálogo.