El tema
estrella de hoy en los ambientes futbolísticos de nuestra región
es el ascenso del primer equipo de la capital. Si éste gana
el partido de esta mañana se logra el objetivo. Auguramos que esto
suceda en el mejor espíritu deportivo y que Murcia pase a tener su
club de fútbol en la primera fila del deporte español. Pero esto
no pretende ser un artículo deportivo, sino una reflexión sobre el
domingo de la Ascensión y lo que ésta tiene de ascenso
en nuestras vidas. Un ascenso consiste en una subida y, en
el mundo laboral y profesional, constituye una promoción a mejor
empleo o a mayor rango. Es el paso de un nivel inferior a otro
superior, y dicho cambio lleva consigo mejoras sustanciales en las
condiciones de la vida humana y social. Un ascenso conlleva
generalmente un aumento de sueldo, un mejor puesto, mayor
reconocimiento social, el avance en la consecución de cotas de
poder en cualquier ámbito. Por eso el ascenso es uno de los
móviles fundamentales de la conducta y una constante en las
aspiraciones legítimas de los seres humanos.
Sin embargo,
desde el punto de vista moral, hay que estar muy atentos para que
los ascensos no se conviertan en metas absolutas de las
aspiraciones humanas. Cuando esto ocurre se suelen generar
comportamientos abusivos e injustos, de desprecio o menosprecio de
otras personas. Quien a toda costa sólo quiere medrar suele
utilizar a los otros como trampolín para su propio salto. Tanto en
el ámbito profesional como en el campo político, como en el
mundillo eclesiástico, el carrerismo banal es lamentablemente el
pan nuestro de cada día.
Hoy se
celebra en la Iglesia el día de la Ascensión, que invita a la
contemplación del definitivo ascenso de Jesús, el
crucificado, al máximo nivel, el divino. En realidad se trata de
la misma celebración de la resurrección de Jesucristo en el tiempo
pascual con unas categorías mentales distintas. Así como la
resurrección es la presentación de la victoria de Cristo sobre el
mal y la muerte con un esquema temporal, la ascensión es la
representación espacial de ese mismo triunfo de Cristo, que, tras
abrir el sepulcro con su resurrección, es elevado al cielo junto
al Padre y participa de su misma gloria. El doble relato lucano de
la Ascensión (Lc 24,50-51; Hch 1,3-11) y la alusión a la misma en
el epílogo tardío de Marcos (Mc 16,19) destacan la exaltación
gloriosa de Jesús, mediante el paso de la tierra al cielo,
siguiendo los patrones de composición literaria y teológica del
Antiguo Testamento, a saber, la humillación y exaltación del
siervo de Dios (Is 53), la glorificación del justo sufriente (Sab
5,1-5), la entronización real del mesías (Sal 110,1) y la
elevación del desvalido y del pobre (1 Sam 2,6-10).
Es
significativo el hecho de que esos ascensos son realizados
siempre por Dios. No se trata de un ascenso conseguido sino
otorgado por Dios. También con Jesús ocurre lo mismo, lo cual
revela el profundo carácter teológico de la ascensión, pues el
Dios de Jesús es el Dios que levanta del polvo al indigente (Sal
113,7). En la ascensión de Jesús, Dios ha exaltado su persona y ha
marcado su vida de entrega hasta la muerte con el sello eterno del
amor que da vida y la comunica a todos los seres humanos. La
ascensión no es la desaparición de Jesús de esta tierra, sino el
culmen de su paso por ella. Es la llegada al final de un camino en
el que todos estamos embarcados, como cuerpo suyo que somos. La
ascensión es una fiesta de esperanza puesto que con Cristo se hace
viable la ascensión de todo ser humano para ser y vivir con la
dignidad de hijos de Dios. Con Cristo que nos precede hasta el
Padre Dios todos ascendemos.
Por ello los
apóstoles y los testigos de Jesús tienen como misión primordial
anunciar el itinerario de Jesús hasta la cruz como camino de
salvación para la humanidad, sabiendo que sólo actuando como él,
será posible hacer frente a todo mal que amenaza al hombre, a la
violencia asesina, a las injusticias sociales, a los procesos de
exclusión de las personas y pueblos más pobres, a la desigualdad
en el reparto de los medios y bienes de la tierra. Este día
constituye una llamada para difundir este Evangelio, de modo que
se haga viable la ascensión de toda la humanidad, mirando más al
suelo que al cielo, más al prójimo que a las nubes, pisando tierra
con realismo y no embobados por una religión alienante. La
ascensión de Jesús infunde un nuevo brío y capacita a los
creyentes para enfrentarse a toda fuerza diabólica y destructiva
del ser humano con la fuerza del Evangelio. Si nos abrimos a este
mensaje, entonces sí que ascenderemos todos como seres humanos y
como cristianos en el movimiento irreversible de Cristo hacia el
Padre.