El primer domingo de cuaresma invita
a reflexionar sobre la tentación. Experimentar la tentación es un
hecho de la vida humana por el que Jesús también pasó. En el
ámbito religioso la gran tentación consiste es servirse de Dios en
vez de servir a Dios. Y esa tentación se presenta de muchas
maneras.
Las tentaciones de Jesús más
conocidas, las desarrolladas en los evangelios de Mateo y Lucas,
provocan a Jesús confrontándolo con el diablo en la concepción de
la religión. Al rechazar aquellas tentaciones Jesús rechaza la
concepción de una religión milagrera (la transformación de las
piedras en pan), la de una religión asentada en el poder (subir al
monte del poder) y la de una religión convertida en espectáculo
(saltar desde el alero del templo).
En Marcos, sin embargo, sólo se constata el
hecho de que Jesús experimentó la tentación (Mc 1,13). Pero los
que ponen a prueba a Jesús más adelante son los fariseos e incluso
el mismo Pedro. La primera tentación es la petición caprichosa de
una demostración del poder taumatúrgico de Jesús solicitada por
los fariseos (Mc 8,11). Los fariseos no querían dar crédito a los
milagros realizados hasta ahora por Jesús. Éste no hacía los
milagros para realzar su poder ni en beneficio propio sino para
atender a las necesidades primarias de la gente, hambrienta,
enferma y leprosa, manifestando a través de ellos la ruptura con
todo tipo de barreras de exclusión de los marginados así como el
alcance universal de su salvación al traspasar las fronteras
étnicoreligiosas entre judíos y gentiles. Jesús se negó a hacer
más señales de las ya hechas.
La otra prueba puesta por los fariseos fue la
cuestión de la igualdad del hombre y de la mujer. En Mc 10,2,
mediante la indisolubilidad del matrimonio, Jesús trata de
defender, entre otras cosas, a la mujer indefensa ante la
frecuente arbitrariedad del marido que la podía despedir por
cualquier motivo, abandonarla y dejarla en condiciones muy
precarias de vida. Jesús no entró en el juego de la injusticia
institucionalizada.
En la tercera (Mc 12,15) ante la imagen del
Cesar en una moneda Jesús recrimina al poder religioso de los
fariseos y al poder político del emperador la opresión que unos y
otros ejercen sobre el pueblo. Jesús desenmascara así los dos
tipos de opresión ejercida sobre el pueblo de Dios, la política y
la religiosa. Tampoco aquí cayó Jesús en la tentación de tomar
partido por unos o por otros, pues ambos tiranizaban a la gente.
Por último, el evangelio cuenta cómo Pedro, el
apóstol, es llamado Satanás por Jesús (Mc 8,33). Y es que la
tentación más real es no querer asumir el conflicto que implica la
predicación del Reino de Dios con todas sus consecuencias. Los
poderes religiosos, políticos y económicos quedan cuestionados por
la autoridad moral de Jesús, que se enfrenta abiertamente al
templo, que corrige la concepción mesiánica centrada en el poder y
que rompe todos los esquemas sociales al anteponer al ser humano
que sufre por encima de toda ley. Ser coherente con las exigencias
de solidaridad, de misericordia y de servicio a los que sufren y
permanecer fiel en el trabajo por el Reino de Dios y su justicia
lleva consigo estar dispuesto a aceptar la cruz de cada día, a
asumir el conflicto con las fuerzas antagónicas del Reino. Cuando
Pedro no quiere oír hablar de esto e increpa a Jesús, éste lo
llama Satanás.
Señor ¡No nos dejes caer en la
tentación!