Ese gesto consistió en tomar el pan, dar gracias,
partirlo y repartirlo entre todos los presentes, de
suerte que la multitud quedó tan saciada que incluso
sobró en abundancia. La acción de Jesús no fue
multiplicar sino dividir. Jesús no resolvió el problema
de la muchedumbre hambrienta por arte de magia y por sí
solo, sino implicando a los discípulos en una acción tan
humana y posible como repartir el pan disponible y tan
digna de admiración en sus resultados como que con él
empieza la nueva humanidad. Ése es el gesto prodigioso
de Jesús, valorado especialmente por Juan como “señal”.
Una señal para sus coetáneos y para nuestro mundo
actual.
Ante las escalofriantes cifras de la pobreza en nuestro
planeta a causa de la injusticia y de la desigualdad en
el reparto de los recursos y bienes de la tierra, esa
“señal” del evangelio se convierte en una especie de
parábola sumamente elocuente para desvelar la mentira de
esta sociedad injusta y revelar la verdad de Jesucristo.
La normalidad de los gestos constituidos en señal
convierten el relato en un paradigma de lo inédito
viable, y por tanto en un “milagro” a nuestro alcance.
Por tratarse de una señal es preciso buscar su profundo
significado. El discurso del pan de vida que prosigue en
el evangelio de Juan ayuda a comprenderlo. Su comienzo (Jn
6,24-35) nos revela que el pan es la señal de la hora de
la entrega de la vida y su sentido eucarístico es
evidente. Jesús mismo será el verdadero pan partido en
la cruz, cuyo sacrificio como víctima de la injusticia
humana en la entrega de su vida por amor, da al mundo la
vida definitiva y eterna. Con el pan entregado y
repartido va la fuerza del Espíritu de Jesús para toda
persona que vea la señal y crea en él. Comer este pan
vivo implica recibir el don del Espíritu que permite
vivir plenamente la Vida y, al mismo tiempo, entrar en
el dinamismo de la entrega de la vida como un pan que se
parte y se reparte, especialmente entre los pobres y
marginados de nuestro mundo. Esta nueva mentalidad es la
señal que hemos de percibir en el signo de la división
del pan y la obra que realmente Dios quiere que hagamos.
La carta a los Efesios invita a romper con la mentalidad
del hombre viejo y a revestirse del hombre nuevo, creado
según Dios, en la justicia y en la dedicación a la
verdad (Ef 4,24). En esto consiste la renovación de la
mentalidad por el Espíritu. Que esta forma de vida nueva
en la justicia y en la división del pan es no sólo
viable sino plenamente dichosa es algo que este verano
estoy experimentando de manera singular al incorporarme
a la fraternidad de Hombres Nuevos, iniciada por Nicolás
Castellanos (el que fuera obispo de Palencia) en uno de
los lugares más pobres de Latinoamérica. En Bolivia, en
la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, en el barrio del
Plan 3000 viven unas 200.000 personas en condiciones de
extrema pobreza. Con ellos y por ellos la fraternidad de
Hombres Nuevos parte y comparte eucarísticamente su pan
a través de múltiples proyectos de acción solidaria en
favor de los pobres y contra la pobreza.