Con
la presentación de Isaías y de Juan Bautista este domingo de Adviento proclama la
esperanza mesiánica cristiana haciendo una llamada a la conversión y transmitiendo un
impulso espiritual orientado a apresurar el día del Señor, el día de un cielo nuevo y
una tierra nueva en que habite la justicia (Is 40,1-11; 2 Pe 3,8-14; Mc 1,1-8).
En
la gran obra profética y literaria que se conoce como el libro bíblico de Isaías se
pueden distinguir actualmente tres fases de composición, que se corresponden con tres
autores diferentes, de gran maestría artística, pero de épocas y estilos diferentes:
Los 39 primeros capítulos pertenecen a Isaías I (s. VIII), los cap. 40-55 al
DeuteroIsaías, en la época de la vuelta del destierro de Babilonia (s. VI), y los cap.
56-66 al TritoIsaías de la época de la restauración de Judá (s.V). Al segundo Isaías
pertenecen las palabras del consuelo de Israel y la buena noticia de la restauración que
hoy leemos. De ello habla también el Evangelio de Marcos refiriéndose a Juan, como la
"voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor".
Juan
es el precursor de Jesús, cuya llegada anuncia evocando la figura del Mesías
Esposo, a quien no es digno de soltar la correa de sus sandalias. Su comida a base de
saltamontes y miel silvestre, su vestimenta de piel de camello y la correa de cuero en
su cintura aluden al profeta Elías y ponen de relieve su calidad de profeta más que
su espiritualidad ascética. El bautismo de Juan está vinculado a la conversión, es
decir, al arrepentimiento y al cambio de mentalidad en virtud de lo que constituye el
motivo principal de su predicación: la llegada inminente de Jesús. El bautismo en el
río Jordán evoca también la necesidad de un nuevo éxodo que permita salir esta vez a
Israel de su misma frontera religiosa, rompiendo con las mediaciones religiosas infecundas
de Jerusalén, especialmente de un templo ya caduco, cuya destrucción y sustitución
asumirá Jesús, el Hijo de Dios, con su muerte en la cruz.
La
voz que grita en el desierto alude al lugar de la relación conyugal de Dios con su
pueblo. Para vivir esa Alianza Nueva se requiere una nueva mentalidad. Por ello el
Adviento nos invita a preparar y vivir la Navidad como la Alianza nupcial de Dios con la
humanidad, mediante el reconocimiento de los pecados y la ruptura con las mediaciones
religiosas desacreditadas por la Buena Noticia de Jesús, Mesías e Hijo de Dios. Como en
Isaías se apuntaba a la realidad nueva de la vuelta del destierro, la predicación de
Juan vislumbra la gran novedad de la Nueva Alianza. Pero si no hay conversión auténtica,
si no se transforma nuestra mentalidad religiosa y social, si nuestra esperanza no nos
lleva a apresurar con nuevas actitudes y comportamientos el futuro de justicia que
esperamos, el día del Señor llegará y hará justicia según su promesa. El género
literario apocalíptico de la segunda carta de Pedro suscita esta consideración, pues las
catástrofes cósmicas y el fuego devorador allí descritos reflejan la necesidad de una
ruptura con el tiempo presente, con los sistemas sociales y religiosos caducos, con las
injusticias de la historia y con los estragos de los poderosos en esta tierra encadenada,
en la que los sufrimientos de los inocentes, tantas veces olvidados, siguen gimiendo por
el día de justicia que traerá consigo la paz mesiánica en la tierra nueva y en el cielo
nuevo que esperamos y cuya llegada los creyentes en Cristo estamos llamados a apresurar.