"Oír y comprender la palabra del Reino"

La verdad, 18 de Julio de 1999

 

Una de las notas características que definen al ser humano es la palabra. En el proceso de hominización fue ésta un factor decisivo. La palabra es el espíritu articulado, un fenómeno espiritual físicamente experimentable, que en convergencia con otros cambios genéticos de la especie, como la oposición del pulgar, el caminar erectos y el desarrollo del cerebro, hicieron posible la aparición de un ser con conciencia, capaz de expresarse en libertad de una manera nueva, a través de la palabra. Así pues, más allá del dualismo antropológico de matriz griega y más en consonancia con la concepción del hombre de la tradición hebrea, considerar al hombre mismo como una palabra nos permite vincularlo a Aquél que desde el principio existía como Palabra, y que siendo Dios, se hizo hombre, de modo que todo lo humano lleva en sus entrañas desde entonces el sello de lo divino y el don de ser palabra.

Sobre este trasfondo podemos acercarnos hoy a la parábola del sembrador en la versión de san Mateo (Mt 13,1-23) para reflexionar sobre nuestra propia vida y preguntarnos qué tipo de palabra somos. La conocida parábola en labios de Jesús, con su asombrosa sencillez, podría ser, en primer lugar, como una representación de toda vida humana y de las diversas actitudes respecto a los dones recibidos, a las virtudes que cada uno tiene, y al desarrollo de nuestras cualidades personales. Nos podemos preguntar qué calidad de semilla y de palabra hay en nosotros, por dónde va creciendo tal semilla y si, de hecho, estamos en producción, independientemente de cuánto producimos. En segundo lugar, y desde una consideración específicamente cristiana, con la explicación alegórica que el mismo evangelio presenta, podemos plantearnos en qué medida la palabra del Reino, el mensaje principal de Jesús, va calando en cada uno de nosotros, tomando cuerpo en nuestra existencia hasta el punto de convertirnos también en Palabra viva y eficaz del Reino proclamado y prometido en las Bienaventuranzas, un Reino de Dios que pertenece a los pobres y que producirá un cambio radical de la situación social de nuestro mundo con la manifestación del nuevo orden en el que impere la justicia, florezcan la paz y la libertad y toda persona pueda vivir en las condiciones de igualdad de lo que todos los seres humanos somos: hijos e hijas de Dios.

Nuestra vida como palabra y nuestro cristianismo como evangelio pueden crecer en las diversas formas que la parábola nos describe. La palabra junto al camino es la que por quedarse en la superficie fácilmente se la lleva cualquier viento o la última moda. Es la vida y el cristianismo superficial, en la que si no penetra el rejón de labranza para dejar la tierra mullida y permeable, no puede fructificar. La palabra entre las piedras es la palabra hueca, sin raíz, es una palabra chispeante, como una burbuja o como fuegos de artificio, sin ninguna profundidad. Es la vida y la religión light, que, a pesar de la alegría aparente, sucumbe ante cualquier dificultad, exigencia o compromiso. Si con las piedras no se hace una limpieza a fondo, tampoco es posible crecer. La palabra entre zarzas es la vida humana sometida a los agobios del sistema vigente, al imperio de los criterios consumistas de la sociedad capitalista, a la seducción engañosa de la riqueza, a la aspiración suprema del tener y acaparar bienes, valor primordial y sustantivo de las sociedades acomodadas. Es la vida y la religión consumista incapaz de hacer crecer el reino.

El mensaje de Jesús muestra la necesidad de escuchar y de comprender la Palabra, de echar raíces y de fortalecerse, para dar fruto. Éste es el talante requerido por Jesús para que nuestras vidas sean productivas. En San Mateo el protagonismo del Evangelio lo tiene la palabra. El Concilio Vaticano II nos recuerda que la palabra constituye junto al sacramento eucarístico el auténtico pan de vida que la Iglesia venera y distribuye desde su origen, recuperando así los dos elementos esenciales de la vida religiosa de los cristianos. Es necesario por tanto revitalizar el cristianismo como religión de la palabra. Para ello se requiere potenciar al máximo los medios que permitan reactivar en la Iglesia la capacidad de escucha, el conocimiento y la comprensión del Evangelio, meter el rejón en la tierra para cavar hondo, sacar las piedras y limpiar las zarzas. Sólo así será la Iglesia instrumento al servicio del Reino en el cual está puesta la esperanza inquebrantable de los hijos de Dios.

Quiero concluir con un motivo extraordinario de alegría y agradecimiento a Dios que está viviendo la comunidad cristiana diocesana en estos primeros domingos del verano: la ordenación sacerdotal de un grupo de jóvenes. Enhorabuena a David, José Miguel, Francisco Javier, Antonio, Javier y Juan José. Que seáis tierra buena para la palabra del Reino que os está confiando.