"Multitudes errantes"

La verdad, 23 de Julio de 2000

 

El verano es una ocasión propicia para observar el movimiento de gentes que van y que vienen. Son multitudes de hombres y mujeres que deseosas de un merecido descanso buscan un lugar de paz, de sosiego o de distracción, o quizás sólo un cambio de aires. En nuestra región la movida veraniega del sector turístico genera además grandes beneficios económicos. Pero no es este trasiego de turistas el único movimiento de multitudes que se percibe en nuestra comunidad con los calores del verano. Muchos otros son también los que van y que vienen, pero con otros motivos, y muy diferentes. Son coches viejos cargados hasta los topes con los enseres adquiridos en la lucha por la supervivencia en las latitudes europeas. Son personas de tez morena, mas no por el bronceado brillante playero, sino por las marcas étnicas de sus lugares de origen, las regiones del Magreb, el África subsahariana y América latina. Son los inmigrantes que van y que vienen, con documentos o sin ellos, pero siempre legales, cuyo número ronda los 20.000 en la región y cuyos trabajos en el sector agrícola resuelven ¡no lo olvidemos! el 30% de la mano de obra asalariada del sector en esta comunidad autónoma. Todos ellos viven en condiciones laborales, sociales y de vivienda sumamente precarias. Mientras tanto muchos otros "espaldas mojadas" africanos siguen llegando a oleadas a España y hasta Murcia.

De multitudes que van y que vienen habla también el evangelio de Marcos este domingo en la introducción al reparto prodigioso de pan entre cinco mil personas (Mc 6, 30-34). La reacción de Jesús en esta escena evangélica puede aportar una gran luz sobre las actitudes a adoptar ante los emigrantes que deambulan por las calles y plazas de nuestros pueblos. Jesús se iba en barca por el mar buscando un lugar para descansar un poco con sus discípulos, pero percibió la presencia de las gentes y, desistiendo de su pretensión, salió, vió una gran multitud y se conmovió interiormente. Su mirada profunda, su sensibilidad social y su amor compasivo le permite captar el estado preocupante de los allí presentes y descubrir la causa principal de su situación: "porque estaban como ovejas que no tienen pastor". Con esta imagen típica del Antiguo Testamento y aludiendo a la función dirigente de los pastores el evangelio revela la responsabilidad de los dirigentes sociales, políticos y religiosos en la penosa situación de la muchedumbre, que el texto paralelo de San Mateo describe como extenuada y abatida (Mt 9, 36). Agotados y malatendidos, explotados y maltratados, los emigrantes de nuestro mundo, como ovejas sin pastor, son un exponente claro de la desastrosa distribución de la riqueza de la tierra y reclaman por ello la atención de los creyentes, de los pastores y de los dirigentes sociales. El profeta Jeremías acusa abiertamente a los malos pastores que dispersan y dejan perecer a las ovejas del rebaño, emplazándolos a una severa toma de cuentas en nombre de Dios y anuncia la llegada de un Rey-Pastor que hará justicia y derecho en la tierra (Jr 23, 1-6).

Aunque pueda parecer extraño la primera actuación de Jesús al afrontar esta situación es la de enseñar intensamente y, si bien no se indica el contenido de su enseñanza, de la escena siguiente se puede extraer la gran lección del Señor, pues no cabe duda que el gran signo del pan partido y repartido en su dimensión pedagógica anuncia en Jesús la realización del tiempo  mesiánico de un Pastor Justo, que mediante la partición y distribución de los panes, entiéndase de los bienes disponibles, propicia el gran milagro de la satisfacción sobreabundante de las multitudes hambrientas y errantes. Para saciar en nuestro tiempo a dichas multitudes es urgente que los dirigentes políticos y sociales tengan en cuenta la
magnitud del problema de la desigualdad en la distribución de la riqueza entre los pueblos del planeta, que asuman criterios de igualdad en el reconocimiento de todos los derechos, políticos, sociales y económicos para todos los inmigrantes, que gestionen una política internacional capaz de propiciar el desarrollo de los pueblos extremadamente pobres, destinando el 20% de la ayuda internacional, en vez del 10% actual, a programas sociales de educación, salud, nutrición y agua potable y que eliminen las barreras reales del desarrollo económico de los países empobrecidos mediante la cancelación regulada e inteligente de la deuda externa y el establecimiento de relaciones comerciales más justas entre los pueblos de la tierra.