El núcleo del mensaje de este
domingo en la Iglesia gira en torno a una palabra cuya historia y riqueza
es digna de consideración desde los textos bíblicos y cuya traducción más
común es misericordia. El primer evangelio la presenta en el contexto de
la llamada a Leví, el recaudador aprovechado, y de la comida de Jesús con
los pecadores (Mt 9,9-13). En respuesta a la crítica de los fariseos ante
este comportamiento de Jesús, éste se encara con ellos y recurre a la
llamada a la auténtica conversión que Dios hace a los dirigentes de su
pueblo (Os 6,6), reclamando de éste más que ritos cultuales, sacrificios y
holocaustos, la puesta en práctica de la misericordia: Misericordia quiero
y no sacrificios.
Los sacrificios a los que se alude
eran en ambos textos las acciones rituales con las que la casta de la
«gente bien» creían poder satisfacer a Dios, tenerlo contento y
justificar, mediante esta concepción mercantilista de la religión, todo
tipo de abuso, manipulación e injusticia. Ellos se creían los conocedores
de Dios. Jesús arremete contra ellos desenmascarando su falsedad e
hipocresía, revestida de aparente y ostentosa religiosidad.
El término hebreo, traducido como
misericordia, es hesed, y su correspondiente griego, eleos. Cotejando los
textos bíblicos donde aparecen estos términos se puede apreciar que se
trata de una cualidad con dos significados fundamentales: misericordia, en
el sentido de benevolencia gratuita, de otorgar gracia y favor, y lealtad,
que resalta el aspecto de compromiso y fidelidad. Hesed no aparece en
ningún caso como un sentimiento vaporoso y transitorio, ni como un
concepto abstracto o una declaración de buenas intenciones, sino como un
modo concreto de actuar en favor del otro. Tiene un matiz fundamental de
gracia y de generosidad que supone una consideración del otro como persona
valiosa aunque pueda tratarse de alguien visto como inferior. Es un
derroche de gratuidad indebida, una acción liberadora y, en cierto modo,
inesperada que va más allá de lo previsible. A veces hesed fundamenta un
compromiso y, por su carácter de amor leal y fiel a sí mismo, permite
renovarlo superando las rupturas, ya que prevalece a pesar del pecado. Es
una inclinación amorosa en favor del otro, un amor desbordante que excede
los límites de la justicia y por ello uno de sus frutos principales es el
perdón. El hesed se hace especialmente presente en la debilidad y en el
sufrimiento humano como salvación, liberación y perdón. Pero hesed no es
sólo pura acción ni se agota en ella, es una disposición activa que anida
en el núcleo más íntimo del ser y que necesariamente se traduce en acción
a favor del otro. Por último, hesed es también una cualidad que tempera el
ejercicio de la justicia y el derecho, haciendo que se administren siempre
a la medida del hombre y en función de su salvación. La vinculación del
hesed a la justicia hace que ésta no se identifique con la imparcialidad
sino que se incline hacia los más débiles y desamparados.
Dios espera que el ser humano
corresponda a este amor suyo con ese mismo tipo de amor al prójimo. Por
eso las prácticas de piedad que no tienen en cuenta esta exigencia
profunda del amor no sirven para nada. Cuando las prácticas religiosas y
las manifestaciones públicas de contenido religioso sólo sirven para
entretener a la gente distrayéndola de las exigencias del evangelio y no
corresponden a la auténtica misericordia, la religión se desvirtúa y es
pura farsa.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"