"Misericordia quiero y no sacrificios"

La Verdad, 9 de Junio de 2002

 


El núcleo del mensaje de este domingo en la Iglesia gira en torno a una palabra cuya historia y riqueza es digna de consideración desde los textos bíblicos y cuya traducción más común es misericordia. El primer evangelio la presenta en el contexto de la llamada a Leví, el recaudador aprovechado, y de la comida de Jesús con los pecadores (Mt 9,9-13). En respuesta a la crítica de los fariseos ante este comportamiento de Jesús, éste se encara con ellos y recurre a la llamada a la auténtica conversión que Dios hace a los dirigentes de su pueblo (Os 6,6), reclamando de éste más que ritos cultuales, sacrificios y holocaustos, la puesta en práctica de la misericordia: Misericordia quiero y no sacrificios.

Los sacrificios a los que se alude eran en ambos textos las acciones rituales con las que la casta de la «gente bien» creían poder satisfacer a Dios, tenerlo contento y justificar, mediante esta concepción mercantilista de la religión, todo tipo de abuso, manipulación e injusticia. Ellos se creían los conocedores de Dios. Jesús arremete contra ellos desenmascarando su falsedad e hipocresía, revestida de aparente y ostentosa religiosidad.

El término hebreo, traducido como misericordia, es hesed, y su correspondiente griego, eleos. Cotejando los textos bíblicos donde aparecen estos términos se puede apreciar que se trata de una cualidad con dos significados fundamentales: misericordia, en el sentido de benevolencia gratuita, de otorgar gracia y favor, y lealtad, que resalta el aspecto de compromiso y fidelidad. Hesed no aparece en ningún caso como un sentimiento vaporoso y transitorio, ni como un concepto abstracto o una declaración de buenas intenciones, sino como un modo concreto de actuar en favor del otro. Tiene un matiz fundamental de gracia y de generosidad que supone una consideración del otro como persona valiosa aunque pueda tratarse de alguien visto como inferior. Es un derroche de gratuidad indebida, una acción liberadora y, en cierto modo, inesperada que va más allá de lo previsible. A veces hesed fundamenta un compromiso y, por su carácter de amor leal y fiel a sí mismo, permite renovarlo superando las rupturas, ya que prevalece a pesar del pecado. Es una inclinación amorosa en favor del otro, un amor desbordante que excede los límites de la justicia y por ello uno de sus frutos principales es el perdón. El hesed se hace especialmente presente en la debilidad y en el sufrimiento humano como salvación, liberación y perdón. Pero hesed no es sólo pura acción ni se agota en ella, es una disposición activa que anida en el núcleo más íntimo del ser y que necesariamente se traduce en acción a favor del otro. Por último, hesed es también una cualidad que tempera el ejercicio de la justicia y el derecho, haciendo que se administren siempre a la medida del hombre y en función de su salvación. La vinculación del hesed a la justicia hace que ésta no se identifique con la imparcialidad sino que se incline hacia los más débiles y desamparados.

Dios espera que el ser humano corresponda a este amor suyo con ese mismo tipo de amor al prójimo. Por eso las prácticas de piedad que no tienen en cuenta esta exigencia profunda del amor no sirven para nada. Cuando las prácticas religiosas y las manifestaciones públicas de contenido religioso sólo sirven para entretener a la gente distrayéndola de las exigencias del evangelio y no corresponden a la auténtica misericordia, la religión se desvirtúa y es pura farsa.

José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"