"La gente maltratada"

La verdad, 13 de Junio de 1999

 

Cuando parece que los caminos de la paz empiezan a trazarse en Kosovo me congratulo sobremanera porque han cesado los bombardeos de la Otan, se están retirando los ejércitos serbios y desde la ONU se arbitran fórmulas para una paz incipiente que debe consolidarse progresivamente en la zona. Pero hoy centro mi atención en el estado de abatimiento y de desolación en que se han quedado miles de personas en los campos de refugiados tras la guerra. Si la saturación no ha desvirtuado aún en nosotros la fuerza expresiva de las informaciones, podemos captar el terrible sufrimiento humano que acarrea la guerra y dejarnos interpelar por el profundo dolor reflejado en los rostros de todos los que gimen. Mas nuestra mirada particular sobre la realidad sociopolítica generadora del conflicto bélico de Kosovo con sus lamentables consecuencias en víctimas humanas puede abrir su horizonte hacia otros lugares del mundo donde se viven problemas de orden social, político y económico que sumen a las gentes en la miseria, en el hambre, en la violencia, y en el dolor de una extrema pobreza. Entonces nos veremos inmersos en una humanidad repleta de pueblos, ciudades y Estados que cuenta por millones los desheredados y excluidos por otro conflicto que no acaba y del que apenas se habla en las agencias internacionales de prensa: la deuda externa de los países pobres. Esta perspectiva más universal nos dará hondura en nuestra reflexión, radicalidad en nuestras opciones y firmeza en nuestra acción. Y es que ponerse de parte de las víctimas y de parte de los pobres no es una cuestión secundaria ni una moda de vanguardia. La solidaridad real y comprometida con los empobrecidos y maltratados es un asunto vital para la transformación de la sociedad. Y para los cristianos es además una prioridad evangélica indiscutible inherente al anuncio del Reino de Dios. Por lo menos así cuentan los evangelios que lo fue para Jesús. El primer gran discurso de Jesús en San Mateo empieza proclamando dichosos a los pobres (Mt 5,3) a los cuales pertenece el Reino de Dios. De igual manera en el evangelio de Lucas el primer mensaje público de Jesús muestra a los pobres como destinatarios primeros de su misión liberadora mesiánica (Lc 4,18) haciendo suyas las palabras de Isaías, el profeta (Is 61,1-2). En el último discurso de San Mateo Jesús se identifica plenamente con los hambrientos, con los emigrantes, con los enfermos, con los expoliados y con los presos, a quienes considera hermanos suyos (Mt 25,35-40). Y en el texto evangélico que hoy escuchamos en nuestras Iglesias (Mt 9,36-10,8) es de especial relieve la motivación de Jesús al incorporar a los doce discípulos en su misma misión evangelizadora. Al ver Jesús el sufrimiento de multitudes maltratadas y abatidas "se conmocionó" (Mt 9,36). Éste último es el verbo que expresa la misericordia entrañable de Dios Padre, la ternura gozosa del padre con el hijo pródigo y el amor al prójimo del buen samaritano. Éste es, pues, el amor de Jesús hacia las gentes abatidas. El Evangelio indica además con la imagen del rebaño la razón del abatimiento del pueblo extenuado "como ovejas que no tienen pastor". Es una clara alusión al Antiguo Testamento y en particular al profeta Ezequiel donde la imagen del pastor se aplica a los dirigentes del pueblo, quienes se aprovechan del pueblo explotando a la gente y maltratándola (Ez 34). Al ver hoy con Jesús el sufrimiento de los hermanos maltratados en el mundo podremos constatar la necesidad de obreros del reino que den credibilidad a la Iglesia por su fidelidad al Evangelio y su orientación hacia los marginados, así como la necesidad de líderes políticos con verdadera autoridad moral que orienten el rumbo de los pueblos hacia una paz estable y hacia una sociedad más justa en la distribución de los recursos de la tierra y que posibiliten la condonación controlada de la deuda externa de los países pobres.

Ojalá que los dirigentes elegidos hoy en España y en Europa orienten sus prioridades hacia los maltratados y abatidos, hacia los inmigrantes y desterrados, y hacia los pueblos explotados y desangrados en los países pobres atrapados por la deuda externa.