El
segundo domingo de Adviento es un canto a la esperanza mesiánica y una llamada urgente a
la conversión. Hoy la Escritura (Is 11,1-10; Rom 15,4-9; Mt 3,1-12) presenta dos grandes
figuras del Adviento: Isaías y Juan Bautista.
El
poema de Isaías suscita la esperanza en el Mesías sobre el cual reposa el Espíritu del
Señor para administrar justicia, para defender al desvalido y eliminar a los que
promueven la injusticia y hacen imposible la paz. La paz de su Reino se proyecta en
imágenes paradisíacas de convivencia armónica entre animales domésticos y salvajes: el
lobo y el cordero, la pantera y el cabrito,... y en medio un chiquillo pastoreándolos.
Empieza una nueva creación.
Mateo
cita a Isaías refiriéndose a Juan, como la "Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino al Señor". De Juan podemos destacar su figura profética (2 Re
1,8) y su discurso, pero lo esencial de su actividad, según Mateo, no es bautizar sino
predicar anunciando la conversión y la cercanía inminente del Reinado de Dios.
Predicar
en el desierto no alude principalmente a la palabra del profeta desoída por el pueblo,
sino al lugar teológico que el desierto significa en la tradición profética. El
desierto es el lugar de la íntima relación amorosa de Dios con su pueblo (Is 40,3, Jr
31,2; Os 2,16-25) y evoca la Alianza nupcial entre Dios y la humanidad. Para esa Nueva
Alianza se requiere un cambio de mentalidad y de conducta que debe partir del
reconocimiento de nuestros pecados. Ésa es la conversión.
A
Juan también acuden dirigentes religiosos, los fariseos y saduceos, pero el Bautista,
como Jesús después, los denuncia duramente: ¡Raza de víboras! La conversión reclama
frutos y obras e implica una aceptación personal de Dios y del Mesías que viene.
Refugiarse en falsas seguridades religiosas no vale. Los religiosos de la época
recurrían a su pertenencia a la estirpe de Abrahán. Hoy se suele legitimar la
religiosidad por la vinculación a cualquier grupo o actividad, aunque éstos sólo tengan
de religioso la apariencia. Pero si no hay frutos, si no hay conversión, todo lo demás
sirve de poco. La salvación no está garantizada por el rito del bautismo, ni por ningún
otro rito, sino con la conversión. De ahí que ésta sea urgente... pues el hacha ya
está en el árbol para cortar por lo sano ... porque en la Nueva Alianza no todo vale.
Creo
que actualmente está quedando en un segundo plano de la reflexión cristiana la función
discriminatoria de la llegada del Mesías-juez. Sin embargo, el Mesías que vino y que
vendrá somete a un juicio la realidad de la vida humana para separar el trigo de la paja
y para cortar el árbol estéril. Cuando se acerca la Navidad es bueno considerar este
aspecto del mesías rey y juez, para que revisemos nuestra vida, nuestra ética y nuestra
conducta, enjuiciándolas desde el Espíritu de sabiduría y de valor que caracteriza al
Mesías como juez, cuya fuerza es la palabra que defiende con justicia al desamparado, con
equidad al pobre, y que eliminará al violento y al malvado.
La
verdad última que juzga a toda persona y que sin duda saldrá a la luz implantando la
justicia mesiánica es el sufrimiento de todas las víctimas de esta historia injusta y la
indigencia de los pobres de este mundo. Por ello, cada paso que demos hacia la
clarificación de esta verdad, desde el ámbito del derecho internacional hasta cualquier
logro de justicia en un ámbito local, será un canto de Adviento al Mesías que viene y
que vendrá. La justicia triunfará y entonces traerá la paz. Por eso la esperanza de los
desheredados y de los pobres es que serán defendidos con justicia. Porque viene un hombre
con el Espíritu del Señor, y su Reinado está muy cerca.