El elemento constante de todas las bienaventuranzas es la dicha por la alegría que el
Reino de Dios lleva consigo. Las variables son los sujetos destinatarios de la
proclamación de esa dicha así como las razones teológicas que la sustentan. Jesús
llama dichosos, en primer lugar, a personas que carecen de lo más elemental para llevar
una vida digna y humana. Son los pobres, los que gimen, los indigentes, los hambrientos de
justicia. Su felicidad no radica, como es evidente, en la situación precaria en que se
encuentran sino en la transformación real de las condiciones sociales y humanas que
propician el estado de indigencia. Sólo por ser víctimas Dios está de su parte y
suscitará el cambio definitivo de su situación.
En la segunda parte Jesús declara dichosos a personas cuya disposición interior, cuyas
actitudes y acciones pertenecen a un nuevo estilo de relaciones humanas y con Dios.
Quienes practican la misericordia, la ayuda mutua, la solidaridad, la transparencia
interior, la autenticidad y la sinceridad, quienes trabajan por la paz y la justicia,
viven la dicha como una realidad viva, como una fuente de alegría inagotable, que alienta
los esfuerzos por un futuro esperanzador para la humanidad.
En estado de indigencia alarmante, de necesidad clamorosa y de dependencia absoluta de los
demás viven actualmente millones de personas de este mundo a causa de la injusticia
social, del desigual reparto de la riqueza y del subdesarrollo permitido de pueblos
enteros y sectores numerosos de población. Según las bienaventuranzas de Jesús, el
Reino de Dios les pertenece. Más aún, puesto que los que viven en el estado de pobreza y
de
miseria se cuentan por millones de seres humanos, hermanos nuestros, la propuesta de
Jesús es hacerse también pobres, no porque la pobreza sea un bien, ni porque ésta
traiga en sí misma la dicha, sino porque, mientras existe un indigente en nuestro
entorno, hacerse pobres a conciencia, por solidaridad, trae igualmente la dicha.
Así pues, ponerse siempre de parte de los excluidos y marginados de la sociedad, de los
indigentes, maltratados y oprimidos, ponerse siempre del lado de las víctimas uniéndose
a su causa es la primera vía para acceder al Reino que a ellos les pertenece. Estas
víctimas se presentan ante nosotros con muchos rostros: el de los inmigrantes en los
países desarrollados, el de los niños explotados, el de las mujeres maltratadas y el de
los pueblos sometidos económicamente a los criterios y decisiones de los Estados
poderosos. Entre las víctimas contamos lamentablemente esta semana a Wilson Pacheco, un
inmigrante entre nosotros, maltratado y arrojado al mar en Barcelona, donde perdió la
vida.
Defender a los inmigrantes, reivindicar todos sus derechos como ciudadanos y promover la
justicia son exigencias cristianas que derivan de un evangelio que anuncia que los
indigentes y oprimidos
heredarán la tierra.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"