Imaginemos que
cada uno de los 93 millones de hogares de los Estados Unidos es representado por uno de
sus miembros, cuya estatura es proporcional a la renta del hogar respectivo. Imaginemos un
desfile, que ha de durar exactamente una hora, encabezado por las personas más bajas (los
más pobres) y cerrado por las personas más altas (las más ricas). Supongamos que usted
mide 1,80 m. (que tomaremos como estatura media) y que observa el desfile en el mismo
plano que los que desfilan. Su estatura de 1,80 m. representa una renta anual poco
inferior a 50.000 dólares (de 1989).
El desfile de una hora lo inician personas muy bajas, y la estatura de los que desfilan va
incrementándose progresivamente. Al cabo de ocho minutos, la persona que pasa delante de
usted mide unos 45 cm. Esa persona no le llega a usted aún a la altura de su rodilla,
pero sí ha llegado al umbral de la pobreza. Al cabo de media hora, mira usted de nuevo,
esperando quizá que pase por delante de usted alguien de su misma altura, pero, para su
sorpresa, comprueba que el desfile sigue siendo de enanos. La persona que pasa en el
minuto treinta mide sólo 1,12 m. Tendrá usted que esperar a que hayan pasado casi tres
cuartas partes del desfile para que llegue alguien de estatura media (1,80 m.). A los
cincuenta y cinco minutos, los que pasan miden ya 2,74 m. (= 75.000 dólares: la renta del
hogar de una pareja de profesores titulares de humanidades, por ejemplo). Dos minutos y
medio después, la estatura de los que pasan ha crecido 91 cm. más, con lo que miden el
doble de la estatura media, es decir, 3,60 m., que representan una renta de 100.000
dólares. De pronto, las cifras empiezan a dispararse: un minuto más tarde, cuando sólo
quedan noventa segundos de desfile, pasa el presidente de los Estados Unidos, que mide
7,31 m. Y luego, en los segundos finales, las cifras crecen a un ritmo vertiginoso. Pasan
los que ganan un millón de dólares con 36,5 m. (cinco veces más que la estatura del
presidente). Pero incluso estos gigantes son pequeños en comparación con los colosos que
pasan fugazmente durante los últimos microsegundos del desfile. Los sesenta patrimonios
de más de mil millones de dólares en los Estados Unidos en el año 1990 tendrían, una
estatura de más de 1.600 m. Hasta hace poco, la última persona del desfile habría sido
Sam Walton, cuya fortuna familiar se estimaba en 21.100 millones de dólares. Su estatura
se habría elevado hasta la altura de 38.600 m., es decir, más de cuatro veces la altura
del Everest.
Éste es un cuento de David Schweickart, un filósofo y economista norteamericano, que en
su libro Más allá del capitalismo, desenmascara la desigualdad generada por el
sistema económico capitalista vigente y propone un modelo social denominado
"Democracia Económica" como una alternativa viable al capitalismo salvaje
neoliberal.
Actualmente la riqueza combinada de las tres familias más ricas de la tierra es mayor que
la renta anual de 600 millones de personas de los países en vías de desarrollo. En el
año 2000 Paul G. Allen, con 30.000 millones de dólares sería, según el cuento, un
gigante de unos 54.281 m., la familia Walton con sus 64.000 millones mediría 115.800 m. y
Bill Gates -de Microsoft- con sus 90.000 millones alcanzaría una estatura de 164.644 m.
¿Se lo imaginan? Pues lo peor es que la tendencia a la desigualdad en el planeta es cada
vez más creciente y alarmante. De hecho, en los últimos cuatro años, las 200 personas
más ricas del mundo han duplicado su riqueza hasta alcanzar un montante de un billón de
dólares, mientras que en el mismo período, la gente que vive con menos de un dólar al
día sigue siendo la misma: unos 1300 millones de personas. Y, como es sabido, en los
últimos 30 años el 20% más pobre de la población de la tierra redujo su participación
en el ingreso mundial del 2,3% (1960) al 1,1% (1997), mientras que el 20% más rico
aumentó su ingreso del 70% al 85%. Si el cuento se hiciera a escala mundial estaríamos
hablando de un desfile de gnomos.
Cuando los
cristianos estamos en el corazón del año Jubilar a 2000 años del nacimiento de
Jesucristo, San Pablo reclama a los cristianos algo más que fe, algo más que palabras,
algo más que amor, y pide una gran generosidad en favor de los pobres de la tierra tal
como hizo en la colecta para los pobres de Jerusalén. Sus razones son dos: por exigencia
de la igualdad y porque Cristo mismo se hizo pobre (cf. 2 Cor 8,9-14) hasta el extremo de
vivir y de morir como un judío marginal de radicalidad profética indiscutible. La
apuesta por la igualdad en la distribución de la renta y de la riqueza de la tierra es
inherente al mensaje cristiano.