La
jornada de ocho horas fue una de las conquistas fundamentales del día internacional de
los trabajadores. Con este objetivo se manifestaban los obreros de Chicago el 1 de Mayo de
1886. A estas alturas el mundo obrero sigue sufriendo las consecuencias de un sistema
social y laboral, regido por una economía capitalista cuyos tentáculos tienen atrapada a
toda la población del planeta. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
unos 1000 millones de trabajadores están desempleados o subempleados. Se trata de un
tercio de la población activa del mundo. De ellos unos 150 millones están desempleados.
El resto, los subempleados, están en condiciones de precariedad crítica, con una jornada
laboral insuficiente para obtener los medios mínimos de subsistencia o con un salario
inferior a sus necesidades básicas. Si a esto añadimos que las malas condiciones
laborales de los trabajadores en los países desarrollados son el factor principal de
muerte de más de un millón de obreros por año, como consecuencia de accidentes
laborales o de enfermedades contraídas en el trabajo, entonces percibiremos que el
problema del trabajo precario y del desempleo sigue siendo una cuestión social y
política en el ámbito local e internacional de primer orden también a final de este
siglo. El incumplimiento de las medidas preventivas de accidentes y sanitarias en las
empresas, el primado del crecimiento económico sobre el desarrollo humano en el sistema
neoliberal y la falta de una conciencia crítica y social en gran parte de los individuos
(incluidos los trabajadores) sometidos al sistema vigente lleva consigo el panorama
desastroso que se describe en el informe de la OIT, según la cual, aplicando las normas
de seguridad adecuadas con su correspondiente inversión económica, se podrían reducir a
menos de la mitad las cifras de siniestralidad laboral. !Y en España estos índices
triplican la media europea!.
Ante
semejante desastre humano se han manifestado sindicatos y grupos sociales en este primero
de Mayo reclamando un aumento del empleo estable, unas condiciones laborales legales,
justas y dignas para todas las personas y especialmente para los inmigrantes en nuestra
región y en los países ricos del mundo, la igualdad de derechos de hombres y mujeres, la
inserción de los jóvenes en el mercado de trabajo y la jornada de 35 horas semanales que
posibilite una mejor redistribución del empleo entre todos los trabajadores.
A
estos motivos propios del mundo del trabajo se ha unido la gran preocupación por la
intervención de la OTAN en Yugoslavia y por el curso de esos acontecimientos. Es el otro
gran desastre del momento que está generando un sufrimiento atroz a miles de personas,
víctimas de la barbarie y de la limpieza étnica de un Milosevic cruel y
ultranacionalista, que difícilmente se doblegará ante la arrogancia de la OTAN. Ésta,
con motivo de su cumpleaños, ha proclamado su hegemonía militar mundial, poniéndose por
encima de la ONU, y más difícilmente aún, cederá ante Milosevic. La ONU era antes un
sendero abierto hacia la paz mundial. Ciertamente estaba necesitada todavía de mayor
democratización, de mayor participación en el Consejo de seguridad, de mayor autonomía
en sus decisiones y de mayor autoridad moral para hacerse respetar en todos los lugares
del planeta, pero era un sendero llamado a convertirse en un camino orientador de las
naciones hacia la igualdad de los pueblos y hacia el gobierno del mundo en el respeto a
los derechos humanos. Al parecer, la OTAN de 1999 ha truncado ese camino.
Y en
medio de estos dos grandes desastres la comunidad cristiana recuerda hoy que Jesús, el
crucificado y resucitado es "el camino, la verdad y la vida". El camino que
conduce a toda la familia humana hacia la fraternidad universal, mediante la superación
de todo tipo de nacionalismo excluyente y de toda prepotencia arrogante. Jesús es la
verdad que revela al ser humano su más profunda identidad y dignidad como hijos e hijas
de Dios. Y Jesús es la vida, que ha vencido la muerte para siempre y nos da a todos por
medio de su Espíritu la posibilidad de vencer el mal con el bien, porque él, también
víctima de los poderes del mal, es la piedra desechada por los constructores de este
mundo. Pero al mismo tiempo, es piedra de choque y contrapunto del sistema religioso y
social vigente en su época, convertido por Dios en piedra angular de una nueva humanidad,
que está llamada a ser una familia espiritual, de la cual todos los cristianos hemos de
ser piedras vivas mediante el testimonio y el compromiso de lucha por la justicia, por la
igualdad y por la fraternidad en el mundo del trabajo y en el empeño social por
transformar el orden político internacional.