"Hacia una fraternidad universal"

La verdad, 2 de Mayo de 1999

 

La jornada de ocho horas fue una de las conquistas fundamentales del día internacional de los trabajadores. Con este objetivo se manifestaban los obreros de Chicago el 1 de Mayo de 1886. A estas alturas el mundo obrero sigue sufriendo las consecuencias de un sistema social y laboral, regido por una economía capitalista cuyos tentáculos tienen atrapada a toda la población del planeta. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) unos 1000 millones de trabajadores están desempleados o subempleados. Se trata de un tercio de la población activa del mundo. De ellos unos 150 millones están desempleados. El resto, los subempleados, están en condiciones de precariedad crítica, con una jornada laboral insuficiente para obtener los medios mínimos de subsistencia o con un salario inferior a sus necesidades básicas. Si a esto añadimos que las malas condiciones laborales de los trabajadores en los países desarrollados son el factor principal de muerte de más de un millón de obreros por año, como consecuencia de accidentes laborales o de enfermedades contraídas en el trabajo, entonces percibiremos que el problema del trabajo precario y del desempleo sigue siendo una cuestión social y política en el ámbito local e internacional de primer orden también a final de este siglo. El incumplimiento de las medidas preventivas de accidentes y sanitarias en las empresas, el primado del crecimiento económico sobre el desarrollo humano en el sistema neoliberal y la falta de una conciencia crítica y social en gran parte de los individuos (incluidos los trabajadores) sometidos al sistema vigente lleva consigo el panorama desastroso que se describe en el informe de la OIT, según la cual, aplicando las normas de seguridad adecuadas con su correspondiente inversión económica, se podrían reducir a menos de la mitad las cifras de siniestralidad laboral. !Y en España estos índices triplican la media europea!.

Ante semejante desastre humano se han manifestado sindicatos y grupos sociales en este primero de Mayo reclamando un aumento del empleo estable, unas condiciones laborales legales, justas y dignas para todas las personas y especialmente para los inmigrantes en nuestra región y en los países ricos del mundo, la igualdad de derechos de hombres y mujeres, la inserción de los jóvenes en el mercado de trabajo y la jornada de 35 horas semanales que posibilite una mejor redistribución del empleo entre todos los trabajadores.

A estos motivos propios del mundo del trabajo se ha unido la gran preocupación por la intervención de la OTAN en Yugoslavia y por el curso de esos acontecimientos. Es el otro gran desastre del momento que está generando un sufrimiento atroz a miles de personas, víctimas de la barbarie y de la limpieza étnica de un Milosevic cruel y ultranacionalista, que difícilmente se doblegará ante la arrogancia de la OTAN. Ésta, con motivo de su cumpleaños, ha proclamado su hegemonía militar mundial, poniéndose por encima de la ONU, y más difícilmente aún, cederá ante Milosevic. La ONU era antes un sendero abierto hacia la paz mundial. Ciertamente estaba necesitada todavía de mayor democratización, de mayor participación en el Consejo de seguridad, de mayor autonomía en sus decisiones y de mayor autoridad moral para hacerse respetar en todos los lugares del planeta, pero era un sendero llamado a convertirse en un camino orientador de las naciones hacia la igualdad de los pueblos y hacia el gobierno del mundo en el respeto a los derechos humanos. Al parecer, la OTAN de 1999 ha truncado ese camino.

Y en medio de estos dos grandes desastres la comunidad cristiana recuerda hoy que Jesús, el crucificado y resucitado es "el camino, la verdad y la vida". El camino que conduce a toda la familia humana hacia la fraternidad universal, mediante la superación de todo tipo de nacionalismo excluyente y de toda prepotencia arrogante. Jesús es la verdad que revela al ser humano su más profunda identidad y dignidad como hijos e hijas de Dios. Y Jesús es la vida, que ha vencido la muerte para siempre y nos da a todos por medio de su Espíritu la posibilidad de vencer el mal con el bien, porque él, también víctima de los poderes del mal, es la piedra desechada por los constructores de este mundo. Pero al mismo tiempo, es piedra de choque y contrapunto del sistema religioso y social vigente en su época, convertido por Dios en piedra angular de una nueva humanidad, que está llamada a ser una familia espiritual, de la cual todos los cristianos hemos de ser piedras vivas mediante el testimonio y el compromiso de lucha por la justicia, por la igualdad y por la fraternidad en el mundo del trabajo y en el empeño social por transformar el orden político internacional.