El último discurso de Jesús en el
Evangelio de San Mateo es el sermón escatológico, abarca los capítulos 23
y 24 y va precedido de una larga sección introductoria (Mt 23) dedicada a
la crítica de los movimientos religiosos de su época y de sus dirigentes.
Éstos habían desvirtuado la religión convirtiéndola en un instrumento de
manipulación del pueblo, de explotación económica de la gente, de
ritualismo cultual y de ostentación social.
Jesús había reprochado anteriormente
a los escribas y fariseos su interpretación formalista y legalista de la
ley y había criticado su puritanismo doctrinal (Mt 15,1-20). En el
Evangelio de este domingo (Mt 23,1-12) Jesús desenmascara sus acciones
infectadas de exterioridad y de pretensiones de grandeza. Su ostentación
se ponía de manifiesto al agrandar las filacterias y las borlas de los
vestidos para hacer notorio que ellos eran cumplidores estrictos de las
normas religiosas. Las filacterias eran cajitas que contenían algunos
textos de la ley y que, a modo de amuletos, los judíos se colocaban en el
brazo izquierdo y en la frente. Las borlas recordaban los mandamientos de
Dios. Esto permitía a quienes las llevaban exhibirse ante los demás
haciendo alarde de religiosos.
Jesús rechaza una vez más la
disociación entre la doctrina de los dirigentes religiosos y sus
comportamientos, pone de relieve la falta de coherencia entre lo que
predican y lo que hacen y denuncia abiertamente el exhibicionismo
hipócrita de los que se sirven de los medios, instrumentos y símbolos
religiosos para explotar a la gente, dominar al pueblo y sacar provecho
económico de su status. La doble vida en la que se mueven es motivo de
acusación directa por parte de Jesús y de advertencia a la multitud para
tener cuidado con este tipo de gente controladora de lo religioso y
prepotente en su conducta arrogante y de despecho hacia los demás.
Cuando en nuestros templos católicos
se oyen discursos anacrónicos y muy lejanos del espíritu evangélico que
resaltan a bombo y platillo las arrogancias y grandezas de los ilustres e
ilustrísimos, reverendos y reverendísimos, se pone de manifiesto que no
estamos en la comunidad fraterna del Mesías que nos orienta hacia el único
Padre de la familia humana. La palabrería vacua y rimbombante con que se
llenan nuestras iglesias ha desplazado al Evangelio e impide que la
Iglesia se transforme en aquello que ciertamente quería su Señor: una
comunidad viva de amor, donde la fraternidad y la igualdad de trato, así
como el servicio humilde a los otros y especialmente a los más
necesitados, fueran la carta de presentación de la misma ante el mundo
como un movimiento social alternativo, capaz de testimoniar, con la fuerza
del Espíritu, la cercanía del Reino de Dios.
Frente a la creación y consolidación
de relaciones verticales en la Iglesia, Jesús sostiene la exigencia de una
relación fraterna e igualitaria en el interior de la comunidad. El motivo
para rechazar roles y tratamientos de preeminencia sobre los demás en el
interior de la misma no es sólo la vinculación a Jesús como Señor sino la
relación de fraternidad entre los creyentes.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"