"Esto es mi cuerpo"

La Verdad, 22 de Junio de 2003

 

La comunidad eclesial concentra hoy su atención en la contemplación de un misterio entrañable de la tradición cristiana que arranca de la noche misma en que Jesús fue entregado en la víspera de su muerte: la Eucaristía como cena del Señor. En este día la Iglesia se remonta a lo más prístino de su historia para poner de relieve que la Eucaristía es la cumbre y la fuente de toda su actividad.

 Los gestos y las palabras sobre el pan y la copa están contenidos en los relatos bíblicos de aquella cena pascual, de los cuales se reproduce armónicamente una síntesis antológica en la liturgia eucarística católica, la cual combina la diversidad de elementos de la pluralidad de versiones del Nuevo Testamento sobre aquel momento trascendental. Los cuatro testimonios de que disponemos en los tres primeros evangelios y en la primera carta a los corintios reflejan al menos dos corrientes de la tradición primitiva de la Iglesia, una de Antioquía de Siria, recogida en 1 Cor 11,23-26 y Lc 22,15-20, y otra, de origen palestinense, transmitida por Mc 14,22-25 y Mt 26,26-29. Junto a esa rica y hermosa pluralidad eclesial plasmada en textos que, por su carácter litúrgico, tenderían a ser hieráticos y uniformes, hoy quisiera resaltar uno de los aspectos comunes en la tradición múltiple: los gestos y las palabras de Jesús sobre el pan. La convergencia de todas las versiones neotestamentarias constata que él tomó un pan, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo”.

Los gestos se transparentan en las palabras y éstas iluminan los gestos. El pan que se bendice es experimentado como don de Dios. Pero Jesús, al partirlo, lo vincula estrechamente a su trayectoria de amor y de servicio que culminará con su muerte injusta y violenta en la cruz.  No es ya sólo un pan, sino un pan al que le ocurre algo. Se trata de un pan roto, un pan partido. Sobre este pan troceado es sobre el que Jesús declara esas palabras. Ese pan, ya partido, prefigura lo que será su muerte como expresión de la vida que se entrega por amor. El pan partido es ya mucho más que pan. Es palabra que revela el amor hasta la muerte de Jesús. Es sacramento que transparenta y hace visible aquel amor. Es cuerpo que suscita en los quienes lo comparten el dinamismo existencial de la entrega de la vida por el prójimo. Jesús hace de aquel momento el signo fundamental de su existencia. Su fuerza simbólica fue percibida desde el principio por sus discípulos y se convirtió en el memorial del amor sacrificial de Cristo, en anuncio de su resurrección de la muerte, en expresión de la comunión fraterna y solidaria entre los creyentes y en signo por excelencia del Reino de Dios. Este significado profundo hace de la Eucaristía cristiana un sacramento de la presencia viva de Jesús.                                                                        

Así pues, el pan partido está íntimamente asociado al cuerpo roto del crucificado. Es su signo visible. Por eso todo cuerpo roto de este mundo se concita en el pan eucarístico. Y toda vida humana rota por el sufrimiento forma parte del pan amasado en el dolor del cuerpo de Cristo crucificado. Cuando hoy la comunidad cristiana expresa su veneración del pan partido debe renovar también su consagración a los cuerpos rotos por la enfermedad o por la violencia, por la injusticia y por la desigualdad. De lo contrario está profanando el pan eucarístico y, según las palabras de Pablo, está bebiendo su propia condena.

 

José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"