En
un clima amenazante por la detención de Juan Bautista, Jesús comienza su actividad
pública retirándose a Galilea para predicar la Buena Noticia del Reino:
"Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos" (Mt 4,12-17). Es éste
un anuncio primordial del Evangelio y debemos entenderlo como una llamada apremiante al
cambio de mentalidad y de forma de vida en consonancia con el Reino que en la persona de
Jesucristo definitivamente se ha acercado.
Deberíamos
evitar las interpretaciones espiritualistas e intimistas de la conversión que la reducen
a momentos de euforia emocional de carácter religioso o a la mera expresión de buenos
deseos. La conversión es más bien un proceso personal de discernimiento espiritual que,
desde la potencia de Jesús crucificado, permite revisar nuestra conducta habitual,
nuestras actitudes básicas y nuestro horizonte mental, para cambiar de rumbo nuestra vida
ante la llegada del Reino. El "Reino de los cielos" es una expresión empleada
por San Mateo en la cual "los cielos" no se contraponen a la tierra ni designan
sólo un reino del más allá, sino que equivale a "Reino de Dios" y tiene el
sentido dinámico y personal de que Dios va a reinar ya en esta tierra, llevando a cabo el
ideal mesiánico del rey justo del Antiguo Testamento (Sal 72). El Reinado de Dios, de la
justicia y de la paz, está llegando con aquél que defiende a los humildes, que socorre y
libera a los pobres y quebranta al explotador. Éste es el Reino cuya cercanía anuncia
Jesús y por cuya causa vivió y fue crucificado. La conversión consiste en transformar
nuestra mentalidad para entrar en el dinamismo espiritual de la defensa de los pobres y de
la liberación y el desarrollo de los países y sectores más oprimidos.
San
Mateo da una importancia singular a Galilea como lugar de esta predicación de Jesús.
Recurre a un texto del profeta Isaías (Is 8,23-9,1) que evoca una situación de
desolación de Galilea, cuando en el 733/2 a. C., Tiglat-Pileser, rey de Asiria, invadió
Samaria y Galilea, apoderándose de ellas y de las regiones limítrofes (2Re 15,29). Era
el primer exilio. La región fue sometida al poder político y militar y a la invasión de
los paganos. Isaías anuncia en ese contexto una gran profecía mesiánica (Is 8,23-9,6)
cuyo culmen es el nacimiento de un niño que instaurará un reino de justicia y de paz. La
gloria, la luz y la alegría tienen su razón de ser en el fin de la opresión y de la
guerra y en el nacimiento de este niño. En tiempo de desolación este poema de Isaías
expresa la alegría por el Reino mesiánico y constituye uno de los cantos que han
sostenido la alegría y la esperanza del pueblo de Israel en toda su historia, a través
del larguísimo exilio vivido por un pueblo cuya identidad social forzada ha sido
predominantemente el destierro y la persecución, y cuya identidad espiritual dinámica ha
sido la Palabra y la esperanza del Mesías.
Cualquier
situación humana de opresión y marginación, de explotación y de exclusión, en la que
los derechos más elementales del hombre sean conculcados es parecida a la situación de
destierro, desprecio o aniquilación que ha vivido el pueblo de Israel. Al hacer memoria
de la Declaración de los Derechos Humanos y de las organizaciones que gestionan y
promueven diversas formas de resolución de la deuda externa de los países pobres, nos
solidarizamos con quienes sufren la injusticia de un mundo inhumano, donde los derechos a
la vida y a la dignidad, a la libertad y al desarrollo están siendo pisoteados. Porque el
Reino de Dios está cerca, recordamos esperanzados la alegría de Isaías: "Porque la
vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro los quebrantaste como el
día de Madián. Porque la bota que pisa con estrépito y la capa empapada en sangre,
serán combustible, pasto del fuego".