"El pastor no puede ser un déspota"

La Verdad, 30 de Junio de 2002

 


Una de las críticas más importantes que la cultura moderna ha realizado a la tradición religiosa está referida al principio de autoridad. El ejercicio del poder investido de carácter divino y, por tanto, haciéndose inmune a toda crítica, a toda exigencia de transparencia y legitimidad racional, ha servido demasiadas veces a lo largo de la historia para dominar, someter, tiranizar, oprimir y cometer toda clase de injusticias o vejaciones de la dignidad humana. Y lo que es más grave, esto se ha hecho en nombre de Dios, en defensa de la ortodoxia o con cualquier otra excusa, aparentemente noble. Pero los pastores de la Iglesia, que, hoy como ayer, pueden hacerse merecedores de esta crítica, han de mirar a sus propias fuentes para encontrar los criterios adecuados en el ejercicio de su misión.

En la tradición epistolar de San Pedro, cuya fiesta celebramos ayer, se encuentra un texto que indica cómo los responsables de la Iglesia deben ejercer el ministerio de pastores del rebaño de Dios. En 1 Pe 5, 2-3 se señala una serie de actitudes que deben caracterizar la conducta de todo pastor, mostrando a la vez cuáles son impropias de su identidad y de su misión. Al exhortar a pastorear el rebaño de Dios, en la tercera contraposición de la serie, dice: «no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño». El autor de la carta advierte así la incompatibilidad existente entre el ejercicio despótico del poder en la Iglesia y la dignidad del pastor del rebaño de Dios. El elemento negativo de esta contraposición es el verbo tiranizar (en griego katakurieuo), cuyo participio está a la base de la expresión «no como déspotas». Los responsables de la Iglesia deben mirar por el rebaño de Dios no como déspotas sino como modelos del rebaño. El verbo tiranizar indica el señorío que los príncipes de este mundo ejercen sobre las demás personas en beneficio propio y a costa de los demás. Pero en 1 Pe 5,3 no sólo se amonesta ante el ejercicio despótico del poder por parte de los pastores de la Iglesia, sino que además se les recuerda la razón última y más profunda de los límites en el ejercicio del poder, a saber, que los cristianos son rebaño de Dios, son propiedad de Dios y pertenecen sólo al Pastor supremo como único Señor. Por eso ningún pastor de la comunidad puede ejercer de señor en la misma. El rebaño de Dios no es posesión suya. La grandeza de los responsables eclesiales, lejos de medirse en términos de poder y de prepotencia, de imposición de criterios y de normas a la comunidad, se ha de medir más bien en términos de servicio, de diálogo, de humildad, de colaboración y de corresponsabilidad para hacer el bien a los hermanos.

La orientación petrina acerca de la autoridad en la comunidad cristiana supone una concepción del liderazgo basado en la ejemplaridad de vida, y no en una verticalidad dominante en la relación entre hermanos. La llamada a convertirse en modelos del rebaño implica que los pastores de la Iglesia deben desempeñar su ministerio siguiendo las huellas del Pastor supremo. Por ello han de tener una disponibilidad total para servir a los demás con un talante de diálogo abierto, de atención a la dignidad de las personas y de respeto a los derechos comúnmente reconocidos por la Iglesia universal a los diversos ministerios y carismas.

 

José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"