"Cuestión de credibilidad"

La verdad, 26 de Noviembre de 2000

 

El tema estrella de este fin de semana es la palabra «diálogo» que emana de la manifestación masiva de Barcelona con motivo del último atentado. Una gran mayoría de la población pide y exige el diálogo entre los políticos y entre los principales partidos democráticos del estado español y del país vasco en la búsqueda de la unidad de acción contra los pistoleros.

En la sociedad democrática la tolerancia de la pluralidad de opciones, el respeto a la diversidad de ideologías, el aprecio de otras concepciones sociales y políticas diferentes a las nuestras, la cooperación en el bien común y la defensa de las propias ideas requieren como instrumento fundamental el uso de la palabra con toda libertad. La palabra argumentada desde la razón y protegida por la Constitución destila la esencia de la humanidad en los múltiples foros que el estado de derecho propicia. Desde la cátedra universitaria hasta el parlamento, desde los medios de comunicación de masas hasta la más pequeña reunión, la palabra, oral o escrita, es el instrumento elemental de la comunicación humana, la garante del entendimiento mutuo entre las gentes y la configuradora de un orden social armónico. El intercambio enriquecedor de la palabra se convierte en diálogo fecundo, capaz de abrir caminos de encuentro entre los individuos más diferentes, de generar proyectos comunes entre los pueblos más diversos y de avanzar en la conquista de las cotas más altas de dignidad, de libertad y de justicia en la organización de la vida humana. Por ello el diálogo respetuoso y sincero es, sin duda, uno de los grandes valores de la democracia, por el cual es necesario velar atentamente.

Mas el diálogo auténtico sólo es posible con quien busca con la vida la verdad. En el Evangelio de hoy Jesucristo se identifica como «testigo de la verdad» en un reino que ciertamente no pertenece al sistema vigente del mundo éste (Jn 18,37). Jesús proclama y sostiene la verdad ante Pilato, representante cínico del poder y de la violencia. Después Jesús, maltratado y torturado (Ecce Homo) no responde ni palabra ante la provocación e interpelación del violento. El silencio sumamente elocuente de Jesus se convierte en palabra que revela la altísima dignidad de quien el Apocalipsis presenta también hoy como el «testigo digno de fe» (Ap 1,5).

La maravillosa virtualidad de la palabra, en cuanto instrumento eficaz del diálogo, puede verse estropeada por diferentes motivos, sobre todo en los ámbitos del poder. Quien se mueve habitualmente en la mentira, en el oportunismo o en la ambigüedad del doble lenguaje no es un sujeto habilitado para el diálogo. Quien tergiversa, desfigura, manipula o enmascara con habilidad la verdad, no está capacitado para el diálogo. Quien no es fiel a la palabra dada, ni compromete su vida en lo que dice, quien dice hoy una cosa y mañana la contraria sin percibir apenas la diferencia, quien no se retracta del error cometido ni afronta su propia culpa, quien no reconoce su propia responsabilidad en la permisividad o connivencia con el mal, desvirtúa las palabras y no está capacitado para el diálogo.

En el mundo de la política, de la religión o de las comunicaciones, lo peor que puede oír una personalidad de rango público o investida de autoridad es «Vd. ya no es de fiar», porque ha perdido toda su credibilidad. En la lucha contra la violencia terrorista el gran obstáculo para la unidad de los demócratas es que algunos ya han perdido la credibilidad. Por eso no es cuestión sólo de voluntad de diálogo, sino de posibilidad de diálogo. Si no hay una reconsideración y una asunción de los errores cometidos por los partidos democráticos en la tarea de la pacificación, si no se recupera la credibilidad, no habrá posibilidad de diálogo.