Hoy,
día del Bautismo de Jesús, tenemos todos los bautizados la oportunidad de reconsiderar
el sentido de nuestro bautismo. La práctica generalizada del bautismo de niños en los
países de tradición cristiana está tan arraigada en la conciencia colectiva de nuestras
gentes que, pese al proceso de secularización de nuestra sociedad, sigue siendo un rito
habitual de iniciación religiosa y de vinculación a la comunidad eclesial, está
asociado al nacimiento de un niño en nuestras familias, y de hecho, es un sacramento muy
valorado por la mayor parte de nuestra población.
Sin
embargo, desde la experiencia pastoral y desde la reflexión teológica, podemos constatar
también la gran desproporción existente entre los datos correspondientes a la práctica
y a la valoración social del sacramento del bautismo y la deficiente repercusión que el
mismo tiene como factor dinamizador de la vida cristiana en sus diversas manifestaciones,
a saber, en el compromiso personal y comunitario con los valores propios del Reino de
Dios, a favor de los pobres, de la justicia y de la solidaridad, en la celebración viva,
gozosa y frecuente de la fe en Jesucristo, en la progresiva revitalización de la
relación con Dios Padre mediante la oración y la escucha de la Palabra de Dios, y en la
creciente apertura en el Espíritu hacia toda la bondad, la belleza y la verdad que se
revela en la diversidad humana.
Acercarnos
con la Biblia en la mano al sentido que tuvo el bautismo para Jesús puede ayudarnos a
todos a recuperar nuestra conciencia de bautizados y las implicaciones fundamentales del
sacramento que nos incorpora al Pueblo de Dios en la vivencia de una Nueva Alianza con
Él, para convertirnos en testigos de su amor ante todas las gentes. Los evangelios
presentan en el bautismo la revelación divina de Jesús como Hijo amado de Dios. Mas San
Mateo vincula este hecho al cumplimiento en Jesús de toda justicia. Asimismo el
primer poema del Siervo en Isaías (Is 42,1-7) es la presentación de un personaje
enigmático aplicado, en la interpretación cristiana, a Jesús, cuya prefiguración se
completa con los otros poemas del siervo sufriente (Is 49, 1-7; 50, 4-9; 52, 13-53, 12).
En ese primer cántico se revela la figura del Siervo elegido por Dios para llevar
adelante una misión singular, la de promover el derecho en la tierra e implantar la
justicia en la historia, encabezando el proceso de liberación de los oprimidos de este
mundo, en el máximo respeto a lo más débil e indigente de la humanidad y sin ningún
tipo de alarde ni de espectacularidad. Es el Mesías servidor, que impulsado por el
Espíritu consumó su entrega por la justicia en la injusticia de la cruz. El bautismo de
Jesús es la manifestación abierta de su misión y de su destino. Desde aquí se pueden
describir las señas de identidad de quien se bautiza y se sumerge en el Espíritu de
Dios. Promover el derecho y la justicia, liberar a los oprimidos de la tierra y hacer
siempre el bien son las marcas del Siervo de Dios que configuran la identidad profunda de
los cristianos. Bautizarse es empaparse de este Espíritu. Bautizarse no es recibir
el título de cristiano, sino mojarse por la justicia. Ser cristiano es
antes una misión que un nombre. Por eso todo aquel que practique la justicia del Siervo,
sea de la nación que sea, es aceptado por Dios (Hch 10,34-38) más allá de su condición
religiosa, étnica e ideológica.
Desde
el bautismo del Siervo Sufriente podemos empezar a desenmascarar tanto las actitudes y
acciones personales, como las expresiones religiosas que buscan la apariencia, el alarde y
la espectacularidad. Y quienes pretenden utilizar el nombre de "cristiano" o de
"católico" para legitimar intereses personales o de instituciones, pero
descuidan la justicia, están muy lejos del Espíritu de Jesús el Siervo.