"Bautizarse es mojarse por la justicia"

La verdad, 10 de Enero de 1999

 

Hoy, día del Bautismo de Jesús, tenemos todos los bautizados la oportunidad de reconsiderar el sentido de nuestro bautismo. La práctica generalizada del bautismo de niños en los países de tradición cristiana está tan arraigada en la conciencia colectiva de nuestras gentes que, pese al proceso de secularización de nuestra sociedad, sigue siendo un rito habitual de iniciación religiosa y de vinculación a la comunidad eclesial, está asociado al nacimiento de un niño en nuestras familias, y de hecho, es un sacramento muy valorado por la mayor parte de nuestra población.

Sin embargo, desde la experiencia pastoral y desde la reflexión teológica, podemos constatar también la gran desproporción existente entre los datos correspondientes a la práctica y a la valoración social del sacramento del bautismo y la deficiente repercusión que el mismo tiene como factor dinamizador de la vida cristiana en sus diversas manifestaciones, a saber, en el compromiso personal y comunitario con los valores propios del Reino de Dios, a favor de los pobres, de la justicia y de la solidaridad, en la celebración viva, gozosa y frecuente de la fe en Jesucristo, en la progresiva revitalización de la relación con Dios Padre mediante la oración y la escucha de la Palabra de Dios, y en la creciente apertura en el Espíritu hacia toda la bondad, la belleza y la verdad que se revela en la diversidad humana.

Acercarnos con la Biblia en la mano al sentido que tuvo el bautismo para Jesús puede ayudarnos a todos a recuperar nuestra conciencia de bautizados y las implicaciones fundamentales del sacramento que nos incorpora al Pueblo de Dios en la vivencia de una Nueva Alianza con Él, para convertirnos en testigos de su amor ante todas las gentes. Los evangelios presentan en el bautismo la revelación divina de Jesús como Hijo amado de Dios. Mas San Mateo vincula este hecho al cumplimiento en Jesús de toda justicia. Asimismo el primer poema del Siervo en Isaías (Is 42,1-7) es la presentación de un personaje enigmático aplicado, en la interpretación cristiana, a Jesús, cuya prefiguración se completa con los otros poemas del siervo sufriente (Is 49, 1-7; 50, 4-9; 52, 13-53, 12). En ese primer cántico se revela la figura del Siervo elegido por Dios para llevar adelante una misión singular, la de promover el derecho en la tierra e implantar la justicia en la historia, encabezando el proceso de liberación de los oprimidos de este mundo, en el máximo respeto a lo más débil e indigente de la humanidad y sin ningún tipo de alarde ni de espectacularidad. Es el Mesías servidor, que impulsado por el Espíritu consumó su entrega por la justicia en la injusticia de la cruz. El bautismo de Jesús es la manifestación abierta de su misión y de su destino. Desde aquí se pueden describir las señas de identidad de quien se bautiza y se sumerge en el Espíritu de Dios. Promover el derecho y la justicia, liberar a los oprimidos de la tierra y hacer siempre el bien son las marcas del Siervo de Dios que configuran la identidad profunda de los cristianos. Bautizarse es empaparse de este Espíritu. Bautizarse no es recibir el título de cristiano, sino mojarse por la justicia. Ser cristiano es antes una misión que un nombre. Por eso todo aquel que practique la justicia del Siervo, sea de la nación que sea, es aceptado por Dios (Hch 10,34-38) más allá de su condición religiosa, étnica e ideológica.

Desde el bautismo del Siervo Sufriente podemos empezar a desenmascarar tanto las actitudes y acciones personales, como las expresiones religiosas que buscan la apariencia, el alarde y la espectacularidad. Y quienes pretenden utilizar el nombre de "cristiano" o de "católico" para legitimar intereses personales o de instituciones, pero descuidan la justicia, están muy lejos del Espíritu de Jesús el Siervo.