"La aurora pascual"

La Verdad, 20 de Abril de 2003

 
 
El fenómeno prodigioso de la luz en esta cuenca mediterránea y en todas las regiones del planeta de semejantes latitudes es de una belleza sin igual. El trayecto de la tierra en su órbita solar propicia un decurso polifacético del tiempo que hace posible que cada día del año sea distinto a todos los demás. La variedad climática de las cuatro estaciones, la infinidad de matices en el fulgor de la luz diurna, el alargamiento progresivo del día respecto a la noche y su correspondiente decrecimiento en un ciclo anual constituyen una riqueza extraordinaria en el ritmo biológico del ser humano. En estos parajes del mundo se experimenta el amanecer como un lento espectáculo de luz que se va adueñando de la tierra. Esa luz que precede a la salida del sol es la aurora. En el relato bíblico de la creación la luz es la primera de las criaturas creada por la poderosa voz de Dios (Gén 1,3). La aparición de la luz en el primer día de la creación empieza a dar forma al universo y precede a la aparición del sol, la lumbrera mayor creada en el día cuarto (Gén 1,16). Parece como que aquella primera aurora, el primer destello de Dios, cumpliera una función distinta a la de iluminar y regular el día y la noche. Sobre la tierra caótica resonó el Espíritu de Dios, se articuló la primera palabra y la luz existió. Era la aurora del mundo y el buen Dios iba en ella.

Esa misma aurora es la que Lucas evoca en el final del cántico de Zacarías (Lc 1,68-79) cuando dice "gracias a las entrañas de misericordia de nuestro Dios, desde lo alto, se desvelará por nosotros una aurora, para iluminar a los que viven en tiniebla y sombra de muerte, para encaminar nuestros pasos hacia un sendero de paz." (Lc 1,78-79). No se trata del sol, sino de la aurora que lo precede, no es el astro de la luz, sino Dios mismo en cuanto luz quien se desvela por los hombres en virtud de su amor entrañable.

Estas palabras del evangelio de Lucas se cumplen en el día de la resurrección. Al amanecer del primer día de la nueva creación, de madrugada, como la aurora luminosa de la primera creación, Cristo resucitado ilumina a los que viven en el caos de la muerte y hace posible un nuevo orden en la historia de la humanidad. Jesús, el Hijo de Dios crucificado ha resucitado. El Señor Jesús es la aurora Pascual. Él es la luz que vence a la sombra, de igual modo que el día primaveral es ya más largo que la noche. Esta luz de la primavera desde este paralelo del globo terrestre anuncia el triunfo de Cristo sobre las tinieblas del mundo.

La resurrección es la intervención definitiva de Dios en la historia que ha suscitado una transformación cualitativa de la vida humana. Dios ha sellado la vida del crucificado con una victoria decisiva. Las señales corporales de Jesús, las marcas de su crucifixión en las manos y el costado muestran la continuidad entre el Jesús histórico y el resucitado. Sin embargo el Resucitado marca una discontinuidad con la historia del común de los mortales, ya que la novedad de vida que él tiene y que comunica a los humanos ya no está sometida a la muerte y es eterna. Así se pone de relieve que el espíritu de amor y de entrega que vivió Jesús en su vida mortal, su mensaje de verdad y de justicia, de perdón y de paz no podía quedar retenido en la tumba de la muerte. Por eso Dios lo resucitó de entre los muertos y a través de él sigue generando y comunicando vida, paz y fraternidad entre los hombres. En medio del sufrimiento y del dolor de la vida humana podemos proclamar a los cuatro vientos: ¡Otro mundo es posible! ¡El Resucitado lo ha inaugurado! Hoy es la aurora de la nueva creación.

José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"