"Una Nueva Alianza"

La verdad, 9 de Abril de 2000

 

Tanto el cristianismo como el judaísmo sostienen su fe en el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob bebiendo de una misma fuente de la revelación, pues la sagrada escritura, como huella escrita de la palabra de Dios en el Antiguo Testamento, constituye el fundamento último de la religión y de las tradiciones del pueblo de Israel a lo largo de su historia y es el punto de partida de la revelación de Dios en Jesús de Nazaret para la comunidad cristiana. Uno de los textos más importantes en ambas tradiciones religiosas es el oráculo de la nueva Alianza del profeta Jeremías (Jr 31,31-34) cuya lectura atenta ensancha el corazón del ser humano en su búsqueda balbuceante de Dios. El Nuevo Testamento pone de manifiesto el alcance y la trascendencia de dicho texto en Hebreos 8,8-12 donde la cita de Jr 31, levemente modificada, constituye la referencia más amplia del Antiguo Testamento en el Nuevo.

Así será la nueva Alianza de Dios con su pueblo: "Oráculo del Señor: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: Reconoce al Señor. Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande - oráculo del Señor - cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados" (Jr 31,33-34).

La novedad religiosa anunciada es prenda del patrimonio común heredado por judíos y cristianos y quizá ésta pueda ser la instancia crítica permanente en las dos religiones bíblicas y en su mutua relación y acercamiento. Por otra parte, el carácter abierto y universalista de la nueva Alianza supone el reconocimiento de la presencia misteriosa del Espíritu en toda persona más allá de su credo religioso pues la conciencia constituye el lugar sagrado e inviolable de todo ser humano en su cita íntima y a veces imperceptible con Dios.

Con el estímulo para el acercamiento entre judíos y cristianos que ha supuesto la reciente visita de Juan Pablo II a Israel es conveniente recordar la nueva postura que la Iglesia adoptaba ante los judíos a partir de Juan XXIII y que quedó reflejada en la Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II. En ella se hace una valoración extraordinaria del patrimonio espiritual común a judíos y cristianos, se recomienda el diálogo fraterno entre ambas religiones, especialmente a través de los estudios bíblicos y teológicos, y se exhorta a los cristianos a erradicar hasta la más mínima expresión de antisemitismo. Esta nueva actitud de la Iglesia ha sido extraordinariamente impulsada por el Papa actual y se ha puesto de relieve con su visita a la Gran Sinagoga de Roma en 1986, con el establecimiento de relaciones diplomáticas de la Santa Sede con Israel en 1993 y finalmente con su peregrinación a Israel en el pasado mes de marzo. Es muy grato constatar que la relación de los cristianos con los judíos, nuestros "hermanos mayores" ha cambiado radicalmente, pero ha de seguir avanzando en el acercamiento entre las dos religiones hermanas. Creo que la vivencia de ambas religiones en clave de nueva Alianza puede representar un paso considerable en el mutuo acercamiento.

La Alianza prometida en Jeremías y cumplida en el Nuevo Testamento es de una novedad radical y comporta otra forma de entender y vivir la religión. No se trata meramente de una religión más sino de otra concepción de la religión. La Nueva Alianza implica la sustitución del régimen y de las instituciones religiosas antiguas por una nueva relación personal establecida por Dios con los miembros de su pueblo y con toda la humanidad. La carta a los Hebreos hace explícita la caducidad e insuficiencia de todo santuario hecho por manos humanas, del culto exterior y repetitivo y de los sacrificios rituales y anuales. Todo ello es ineficaz porque no lleva al hombre hasta Dios, y esta valoración crítica se puede aplicar a toda manifestación religiosa puramente externa, tanto judía como cristiana. En cambio la nueva Alianza inaugurada irreversiblemente por Cristo consiste en la participación de todo corazón humano en la misma transformación espiritual que Jesús llevó a cabo con la entrega de la propia vida, abriéndose al Espíritu de Dios en medio del sufrimiento injusto de su pasión. La transformación del corazón humano, experimentada y comunicada por Cristo a todo ser humano es el dinamismo del amor inscrito en el interior de cada persona y mediante el cual todos, hombres y mujeres, grandes y pequeños, judíos y cristianos, tenemos acceso a Dios gracias a Jesús, único mediador de la Alianza Nueva, pues cuando Él era levantado de la tierra, tiraba de todos hacia Dios. Éste es el misterio Pascual que los cristianos nos disponemos a celebrar próximamente.