El episodio de la curación
del mendigo ciego de Jericó (Mc 10, 46-52), que hoy se lee en las comunidades
católicas, nos permite hacer un par de consideraciones acerca de su
verosimilitud histórica e importancia teológica en el evangelio de Marcos.
El análisis de su historicidad, siguiendo la diversidad y convergencia de los
criterios vigentes actualmente en el estudio científico de los evangelios,
permite reconocer que la curación del ciego Bartimeo es un relato, con toda
probabilidad, de carácter histórico. A esta conclusión se puede llegar si se
tiene en cuenta la referencia por duplicado a un beneficiario concreto (el hijo
de Timeo), la vinculación precisa de este hombre al lugar de la salida de
Jericó, la mención explícita de dos expresiones en lengua aramea (el nombre
Bartimeo y el tratamiento de Jesús como Rabuni -maestro-) y, sobre todo, la
concepción arcaica del taumaturgo Jesús como Hijo de David. Este último dato es,
según J.P. Meier y tal como apunta R. Aguirre, la reliquia de una cristología
judía muy primitiva que no tuvo éxito después en la tradición cristiana pero
refleja el estadio antiquísimo de su origen judío palestinense. Esta tradición
atribuía a Salomón, el verdadero hijo de David, una gran reputación como
exorcista y sanador, que se remontaría hasta el siglo I d. C., según se deduce
tanto del historiador Flavio Josefo como del apócrifo tardío Testamento de
Salomón. Por tanto se podría tratar de una alusión que tendría su contexto
originario en la misma época del Jesús histórico.
Sin embargo, la trascendencia de este milagro de Jesús radica en su profundo
significado desde la fe cristiana. En la presentación evangélica de este
encuentro liberador del ciego con Jesús es fácil percibir la connotación de una
catequesis bautismal. La recuperación de la vista se vincula al bautismo como
iluminación de la vida y el abandono del manto por parte del ciego representa la
ruptura con el pasado para comenzar una vida nueva. La correlación existente
entre el oír y el creer del ciego, y, a partir de su encuentro personal con
Jesús, la recuperación de la visión y el ulterior seguimiento de Jesús en su
camino a Jerusalén, convierten al ciego Bartimeo en el tipo del perfecto
discípulo de Jesús.
Además, en el evangelio de Marcos este relato es la conclusión de una sección
más amplia (Mc 8,22-10,52). En ella Jesús ha enseñado que el camino del Mesías
pasa por el rechazo de las autoridades, por la cruz y por la incomprensión de
los mismos discípulos al oír los anuncios de la pasión. Jesús reprocha a los
discípulos su ceguera y su incapacidad para comprender el sentido de su persona
y de su camino. Entre el Mesías del servicio hasta la cruz del que habla Jesús y
el Mesías convencional del poder esperado por los discípulos existe un abismo.
La pregunta de Jesús a los hijos de Zebedeo y al ciego de Jericó es la misma:
«¿Qué quieres que haga por ti?» (Mc 10,36.51), pero la respuesta es radicalmente
opuesta. Los primeros manifiestan su obcecación por aspirar a los primeros
puestos del escalafón y su comprensión de Jesús en clave de poder, mientras que
el ciego Bartimeo muestra su fe y su comprensión de Jesús como Mesías del
servicio que tiene potestad para darle una nueva visión e introducirlo en un
nuevo camino vital que le llevará al seguimiento de su mismo camino de servicio
y de entrega a los demás. Nos podríamos preguntar cuál sería nuestra respuesta
personal a esa interpelación de Jesús.