Más inmenso que el abismo creciente que
existe entre las gentes del capitalismo ultrarrico y las gentes del mundo empobrecido en
nuestro planeta, será el abismo que separará a los ricos de los pobres en el definitivo
Reino de Dios. Pero con una pequeña diferencia, a saber, que para entonces, según la
perspectiva divina, cambiarán radicalmente las tornas y mientras que los últimos serán
los primeros, los primeros serán los últimos, mientras que los marginados serán
consolados, los ricachones sufrirán tormento y, dicho con palabras lucanas de la Virgen
María, a los hambrientos se les colmará de bienes y a los opulentos se les despedirá
vacíos.
Éste es el mensaje esencial de la tan
conocida como desatendida parábola evangélica del pobre Lázaro, harapiento y llagado, y
del rico que vestía de púrpura y de lino - con ropa de marca, diríamos hoy - y sus
respectivos destinos (Lc 16,19-31). La interpretación falsa e hipócrita de esta
parábola, sumamente elocuente para describir la situación de la mesa global, ha
legitimado, no pocas veces, el ordenamiento social del mundo, ha contribuido sobremanera a
sostener las diferentes clases sociales determinadas por la posesión de los bienes de la
tierra y de los medios de producción con promesas celestiales para los que sufren las
consecuencias humanas de una economía explotadora y excluyente, y ha justificado de
manera conformista el sufrimiento de los empobrecidos en el aquí y ahora de la historia
con el sueño de un más allá feliz.
Lejos de esa interpretación parcial y
tergiversadora, la parábola revela la inversión futura de las situaciones para los
pobres y para los ricos como resultado irreversible de la justicia de Dios, que no puede
dejar impunes a quienes generan, promueven, sostienen y disfrutan la clamorosa injusticia
y la creciente desigualdad social y económica de este mundo. Esta revelación de la
justicia de Dios pretende interpelar a los enriquecidos, a los que viven cómodamente,
aprovechándose de los beneficios de este sistema injusto aun a costa de otros, y suscitar
la conversión y el cambio de mentalidad y de conducta.
Para provocar este cambio el evangelio
remite para ello a un elemento indiscutible de la tradición bíblica: El mensaje de
Moisés y de los profetas. Entre éstos destaca Amós, cuya denuncia es radical. Ya en en
el siglo VII a. C. Amós reprueba la explotación del pobre, el cual es tratado como
mercancía negociable y degradado a objeto de compraventa. Condena abiertamente la
injusticia social, la depravación moral y religiosa, la violencia del lujo y el
formalismo del culto (Am 6,1-7). Todo esto es incompatible con la fe en Dios. ¡Se acabó
la orgía de los disolutos! - termina diciendo el profeta criticando la prepotencia y la
aparente omnipotencia de los ricos -.
Si no se escucha el mensaje de los
profetas, si no se hace caso al Evangelio en su predilección por los pobres, si no se
produce un cambio de mentalidad y de perspectiva cultural en esta dirección, serán
inútiles otros signos religiosos. Me pregunto qué caso se hace a este evangelio en la
"tradicionalmente" cristiana cultura de Occidente, cuna del capitalismo opulento
y prepotente, causante del desastre y de la miseria de Lázaro.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"