«El pobre Lázaro»

La Verdad, 30 de Septiembre de 2001

 

Más inmenso que el abismo creciente que existe entre las gentes del capitalismo ultrarrico y las gentes del mundo empobrecido en nuestro planeta, será el abismo que separará a los ricos de los pobres en el definitivo Reino de Dios. Pero con una pequeña diferencia, a saber, que para entonces, según la perspectiva divina, cambiarán radicalmente las tornas y mientras que los últimos serán los primeros, los primeros serán los últimos, mientras que los marginados serán consolados, los ricachones sufrirán tormento y, dicho con palabras lucanas de la Virgen María, a los hambrientos se les colmará de bienes y a los opulentos se les despedirá vacíos.

Éste es el mensaje esencial de la tan conocida como desatendida parábola evangélica del pobre Lázaro, harapiento y llagado, y del rico que vestía de púrpura y de lino - con ropa de marca, diríamos hoy - y sus respectivos destinos (Lc 16,19-31). La interpretación falsa e hipócrita de esta parábola, sumamente elocuente para describir la situación de la mesa global, ha legitimado, no pocas veces, el ordenamiento social del mundo, ha contribuido sobremanera a sostener las diferentes clases sociales determinadas por la posesión de los bienes de la tierra y de los medios de producción con promesas celestiales para los que sufren las consecuencias humanas de una economía explotadora y excluyente, y ha justificado de manera conformista el sufrimiento de los empobrecidos en el aquí y ahora de la historia con el sueño de un más allá feliz.

Lejos de esa interpretación parcial y tergiversadora, la parábola revela la inversión futura de las situaciones para los pobres y para los ricos como resultado irreversible de la justicia de Dios, que no puede dejar impunes a quienes generan, promueven, sostienen y disfrutan la clamorosa injusticia y la creciente desigualdad social y económica de este mundo. Esta revelación de la justicia de Dios pretende interpelar a los enriquecidos, a los que viven cómodamente, aprovechándose de los beneficios de este sistema injusto aun a costa de otros, y suscitar la conversión y el cambio de mentalidad y de conducta.

Para provocar este cambio el evangelio remite para ello a un elemento indiscutible de la tradición bíblica: El mensaje de Moisés y de los profetas. Entre éstos destaca Amós, cuya denuncia es radical. Ya en en el siglo VII a. C. Amós reprueba la explotación del pobre, el cual es tratado como mercancía negociable y degradado a objeto de compraventa. Condena abiertamente la injusticia social, la depravación moral y religiosa, la violencia del lujo y el formalismo del culto (Am 6,1-7). Todo esto es incompatible con la fe en Dios. ¡Se acabó la orgía de los disolutos! - termina diciendo el profeta criticando la prepotencia y la aparente omnipotencia de los ricos -.

Si no se escucha el mensaje de los profetas, si no se hace caso al Evangelio en su predilección por los pobres, si no se produce un cambio de mentalidad y de perspectiva cultural en esta dirección, serán inútiles otros signos religiosos. Me pregunto qué caso se hace a este evangelio en la "tradicionalmente" cristiana cultura de Occidente, cuna del capitalismo opulento y prepotente, causante del desastre y de la miseria de Lázaro.

 

José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"