En el centro del evangelio de Marcos que vamos leyendo a lo
largo de este año se encuentra el pasaje de este domingo (Mc 8,27-35). En él
Jesús plantea abiertamente la cuestión de su identidad, muestra a los discípulos
su destino y los invita a un seguimiento radical. Esta escena permite dividir la
obra de Marcos en dos partes muy bien diferenciadas, las mismas que se
apreciarán en los evangelios de Mateo y de Lucas.
La primera parte de los evangelios presenta a Jesús como
mensajero del Reino de Dios y su actividad es la que hace cercana, próxima e
inminente la llegada de ese Reino. Durante el tiempo de su actividad pública,
que tuvo lugar en la zona judía de Galilea, sobre todo en torno al mar de
Genesaret, en la ciudad de Cafarnaún y en la orilla pagana del lago, Jesús ha
realizado una serie de prodigios propios de los tiempos mesiánicos. En Marcos,
la curación de los endemoniados, del leproso, del paralítico y de otros muchos
enfermos, la curación de la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo, la
intervención de Jesús calmando al viento y al mar en medio de la tempestad, la
curación del sordo tartamudo y del ciego de Betsaida y el doble reparto entre
las multitudes hambrientas del pan partido, tanto en zona judía como pagana, son
todas ellas manifestaciones extraordinarias de la grandeza de Jesús. A través de
estos signos, quienes los presenciaron y quienes los conocemos mediante el
relato evangélico, podemos preguntarnos qué clase de hombre es éste y de dónde
le viene su fuerza y su poder.
Estas manifestaciones poderosas de Jesús se presentan
además como actuaciones radicalmente críticas contra instituciones religiosas
judías, la del día del sábado, la ley, la sinagoga y el templo y como apertura
del Reino de Dios al mundo pagano, de modo que también los extranjeros y
gentiles tienen parte en la mesa común del banquete mesiánico. Así se pone de
manifiesto la enorme autoridad moral de Jesús frente a las autoridades del
Israel religioso.
La pregunta abierta de Jesús en el evangelio de hoy
interpela a todos: “¿Quién decís vosotros que soy yo?” Los discípulos fueron
capaces de comprender que Él era el Mesías. Sin embargo, no eran conscientes aún
de las implicaciones y consecuencias que ese reconocimiento llevaría consigo y
Jesús empieza a corregir inmediatamente sus concepciones mesiánicas y
religiosas. En la segunda parte del Evangelio se desvelará de qué modo Jesús
entiende su mesianismo. El primer anuncio de su muerte en la cruz como destino
ineludible de su actuación mesiánica no cabe en las expectativas de Pedro ni de
los discípulos. Éstos han reconocido al Mesías pero no han percibido las
consecuencias y las exigencias de un mesianismo que acabará en la cruz por
anteponer el Reino de Dios y su justicia al templo y al sistema del culto y por
colocar al ser humano necesitado en el centro de atención de la vida religiosa.
A esto mismo quedamos invitados con los discípulos todos los que hoy leemos y
escuchamos el evangelio, pues de lo contrario la fe que decimos profesar es una
fe muerta.
Frente a una religiosidad inoperante y
muerta, la carta de Santiago insiste en que la religión auténtica según Dios
Padre consiste en atender al marginado e indefenso, al huérfano y a la viuda,
al hambriento y al desnudo.