"La lucha contra el hambre"
La Verdad, 8 de Febrero de 2004

 
 

Durante esta semana se está celebrando la Campaña contra el Hambre en el mundo. La organización eclesial, Manos Unidas, realiza múltiples actividades públicas con el fin de sensibilizar a la ciudadanía de los países enriquecidos sobre el problema principal y mayoritario de la población del planeta, el hambre en el mundo. Cuando la cifra de las víctimas de esta plaga que golpea a la humanidad asciende a millones de personas, que mueren cada año, y su muerte se produce como consecuencia del desigual reparto de la riqueza, de la posesión acaparadora de los medios de producción por parte de unos pocos y de la explotación injusta de los recursos de la tierra inherente al sistema económico capitalista, entonces sí que estamos encontrándonos con los resultados de una verdadera arma de destrucción masiva que ningún poder hegemónico del mundo quiere indagar en serio, ni cuestionar en lo profundo.

James Morris, Director del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, denunciaba recientemente que cerca de 800 millones de personas, de las cuales 300 son niños, sufren hambre crónica y más del doble de esa cifra padece malnutrición. Más de la mitad de las muertes de niños menores de cinco años está provocada por la falta de alimentos o la malnutrición. Pero estas muertes no se producen por falta de recursos, no son atribuibles a "causas naturales". Existen suficientes recursos para alimentar adecuadamente a toda la humanidad, ya que se produce de modo global el 150% de las necesidades proteínicas. El hambre en el mundo es la consecuencia directa de las políticas económicas. Se puede decir que «los alimentos tienen un valor estratégico y los mercados alimentarios son un arma de destrucción masiva» (Nicholson). En la actualidad el comercio mundial se sigue realizando bajo unas condiciones que sólo favorecen a los países ricos y a las grandes multinacionales agroalimentarias. La Organización Mundial del Comercio, sometida al dictado de los grandes y convertida en adalid de las políticas neoliberales, pretende asegurar el crecimiento y el uso óptimo de los recursos por medio de liberalizaciones asimétricas que fracasan estrepitosamente a la hora de garantizar unos mínimos de existencia digna a las poblaciones de los países empobrecidos.

«El capitalismo consiste en un estado de guerra permanente en el que el hambre triunfa sin tregua sobre el hombre» (Alba Rico). Es una verdad escandalosa la afirmación de Jon Sobrino cuando dice que la pobreza es la forma de violencia más duradera y es también la violencia que se comete con mayor impunidad, pues si bien ante holocaustos, masacres y genocidios hay tribunales internacionales de justicia, no los hay, sin embargo, ante la crucifixión del continente latinoamericano o ante el expolio del continente africano. Con Ignacio Ellacuría se puede hablar de los “pueblos crucificados” para denunciar la pobreza estructural, generadora de hambre, de miseria y de muerte que aniquila a países enteros y a grandes masas de población en el Tercer Mundo.

¿A qué tribunal se puede pedir cuentas de los cuarenta millones de seres humanos que anualmente mueren de hambre o de enfermedades relacionadas con el hambre? Cuando todo esto está sucediendo me pregunto si no es una ironía oír discursos grandilocuentes en defensa de la libertad, de la seguridad, de la vida y de la compasión, en los primeros foros políticos de las sociedades opulentas del sistema capitalista. No olvidemos que en la comparecencia ante el Hijo del Hombre todos oiremos: “…porque tuve hambre y no me disteis de comer”.

José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"