"El Hombre Nuevo"
La Verdad, 3 de Agosto de 2003

 
El domingo pasado la comunidad eclesial tuvo la oportunidad de leer el relato del reparto del pan entre la multitud según el cuarto evangelio (Jn 6,1-15). Su gran importancia en la comunidad cristiana primitiva queda de manifiesto al ser una narración atestiguada también en los evangelios sinópticos (Lc 9,12-17), incluso por duplicado en Mateo y Marcos (Mt 14,15-21; 15,32-39; Mc 6,35-44; 8,1-10). En todas esas versiones merece la pena destacar, independientemente de su valor histórico, la dimensión eucarística del gesto realizado por Jesús con los panes disponibles.

Ese gesto consistió en tomar el pan, dar gracias, partirlo y repartirlo entre todos los presentes, de suerte que la multitud quedó tan saciada que incluso sobró en abundancia. La acción de Jesús no fue multiplicar sino dividir. Jesús no resolvió el problema de la muchedumbre hambrienta por arte de magia y por sí solo, sino implicando a los discípulos en una acción tan humana y posible como repartir el pan disponible y tan digna de admiración en sus resultados como que con él empieza la nueva humanidad. Ése es el gesto prodigioso de Jesús, valorado especialmente por Juan como “señal”. Una señal para sus coetáneos y para nuestro mundo actual.

 

Ante las escalofriantes cifras de la pobreza en nuestro planeta a causa de la injusticia y de la desigualdad en el reparto de los recursos y bienes de la tierra, esa “señal” del evangelio se convierte en una especie de parábola sumamente elocuente para desvelar la mentira de esta sociedad injusta y revelar la verdad de Jesucristo. La normalidad de los gestos constituidos en señal convierten el relato en un paradigma de lo inédito viable, y por tanto en un “milagro” a nuestro alcance.

 

Por tratarse de una señal es preciso buscar su profundo significado. El discurso del pan de vida que prosigue en el evangelio de Juan ayuda a comprenderlo. Su comienzo (Jn 6,24-35) nos revela que el pan es la señal de la hora de la entrega de la vida y su sentido eucarístico es evidente. Jesús mismo será el verdadero pan partido en la cruz, cuyo sacrificio como víctima de la injusticia humana en la entrega de su vida por amor, da al mundo la vida definitiva y eterna. Con el pan entregado y repartido va la fuerza del Espíritu de Jesús para toda persona que vea la señal y crea en él. Comer este pan vivo implica recibir el don del Espíritu que permite vivir plenamente la Vida y, al mismo tiempo, entrar en el dinamismo de la entrega de la vida como un pan que se parte y se reparte, especialmente entre los pobres y marginados de nuestro mundo. Esta nueva mentalidad es la señal que hemos de percibir en el signo de la división del pan y la obra que realmente Dios quiere que hagamos.

 

La carta a los Efesios invita a romper con la mentalidad del hombre viejo y a revestirse del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y en la dedicación a la verdad (Ef 4,24). En esto consiste la renovación de la mentalidad por el Espíritu. Que esta forma de vida nueva en la justicia y en la división del pan es no sólo viable sino plenamente dichosa es algo que este verano estoy experimentando de manera singular al incorporarme a la fraternidad de Hombres Nuevos, iniciada por Nicolás Castellanos (el que fuera obispo de Palencia) en uno de los lugares más pobres de Latinoamérica. En Bolivia, en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, en el barrio del Plan 3000 viven unas 200.000 personas en condiciones de extrema pobreza. Con ellos y por ellos la fraternidad de Hombres Nuevos parte y comparte eucarísticamente su pan a través de múltiples proyectos de acción solidaria en favor de los pobres y contra la pobreza.

José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"