El segundo libro de los Macabeos nos cuenta
una historia ejemplar vivida por una familia judía en el siglo II a. C. (2 Mac 7,1-14).
En medio de la persecución contra el judaísmo decretada por Antíoco IV Epifanes aparece
la figura relevante de esta familia, una madre con siete hijos, a los cuales fueron
castigando, torturando y asesinando por permanecer fieles a su fe en el Dios de la vida.
Todos los hijos, uno por uno, y al final la madre, entregan su vida con una valentía
insólita, con la libertad que da vivir en la verdad, por fidelidad a su Dios y con la
esperanza inquebrantable en la
resurrección.
En el evangelio los saduceos plantean burlonamente a Jesús la cuestión de la
resurrección (Lc 20,27-38) y recurren a un hecho ficticio, basado en una ley del Antiguo
Testamento, la ley del levirato. Esta ley antigua prescribe que la viuda de un hombre
fallecido sin tener hijos se case con su cuñado, el hermano del difunto, de modo que
éste pueda tener descendencia a través
de su hermano, garantizando así la continuidad del apellido familiar. En el caso
planteado siete hermanos van muriendo sin hijos cumpliendo la ley del levirato. La
pregunta final es ¿de quién será esposa esta mujer en la resurrección, si ha estado
casada con los siete?
Jesús afirma abiertamente la resurrección de los muertos gracias a la intervención del
Dios de la vida, que quiere la vida de todos los seres humanos y reprueba la muerte
injusta de las víctimas inocentes de la historia. En su respuesta Jesús sostiene que el
Dios de vivos, al resucitar al ser humano, lo introducirá en una nueva vida en la que se
romperán las coordenadas del tiempo y del espacio y se verán transformadas rotundamente
las relaciones humanas, incluidas la intimidad y la afectividad.
Por ello de la fe firme en la resurrección emanan nuevas formas de vida, a veces
incomprensibles e inimaginables en nuestros contextos sociales de vida confortable y
acomodada. Así por ejemplo, el celibato libremente elegido por causa del evangelio, la
audacia de los mártires de la justicia, la entrega generosa a los últimos de este mundo,
la solidaridad con los que más sufren, la honradez de los justos, la fidelidad de los que
resisten y la fortaleza de los que se enfrentan al mal apostando siempre por la vida
son señales más que evidentes de la potencia casi sobrehumana que conlleva la fe en la
resurrección.
Este talante humano, admirable en cualquiera de sus manifestaciones y propio de la fe
auténtica, no es, sin embargo, patrimonio exclusivo de nadie, es un don del Dios de la
vida a todo ser humano que, independientemente de su confesión religiosa, sienta en su
interior el anhelo de una sociedad más justa e igualitaria, luche abiertamente contra
quienes generan y aceleran la muerte de seres humanos inocentes, y trabaje incansablemente
por la vida digna y libre de toda persona humana.
En las actuales circunstancias del mundo apoyar la iniciativa de parar la guerra contra
Afganistán, tal como hoy plantean muchas organizaciones sociales, es una señal más de
la fe en el Dios de los vivos y amigo de la vida.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"