"El Dios de la vida en contra de la guerra"

La Verdad, 11 de Noviembre de 2001

 

El segundo libro de los Macabeos nos cuenta una historia ejemplar vivida por una familia judía en el siglo II a. C. (2 Mac 7,1-14). En medio de la persecución contra el judaísmo decretada por Antíoco IV Epifanes aparece la figura relevante de esta familia, una madre con siete hijos, a los cuales fueron castigando, torturando y asesinando por permanecer fieles a su fe en el Dios de la vida. Todos los hijos, uno por uno, y al final la madre, entregan su vida con una valentía insólita, con la libertad que da vivir en la verdad, por fidelidad a su Dios y con la esperanza inquebrantable en la
resurrección.

En el evangelio los saduceos plantean burlonamente a Jesús la cuestión de la resurrección (Lc 20,27-38) y recurren a un hecho ficticio, basado en una ley del Antiguo Testamento, la ley del levirato. Esta ley antigua prescribe que la viuda de un hombre fallecido sin tener hijos se case con su cuñado, el hermano del difunto, de modo que éste pueda tener descendencia a través
de su hermano, garantizando así la continuidad del apellido familiar. En el caso planteado siete hermanos van muriendo sin hijos cumpliendo la ley del levirato. La pregunta final es ¿de quién será esposa esta mujer en la resurrección, si ha estado casada con los siete?

Jesús afirma abiertamente la resurrección de los muertos gracias a la intervención del Dios de la vida, que quiere la vida de todos los seres humanos y reprueba la muerte injusta de las víctimas inocentes de la historia. En su respuesta Jesús sostiene que el Dios de vivos, al resucitar al ser humano, lo introducirá en una nueva vida en la que se romperán las coordenadas del tiempo y del espacio y se verán transformadas rotundamente las relaciones humanas, incluidas la intimidad y la afectividad.

Por ello de la fe firme en la resurrección emanan nuevas formas de vida, a veces incomprensibles e inimaginables en nuestros contextos sociales de vida confortable y acomodada. Así por ejemplo, el celibato libremente elegido por causa del evangelio, la audacia de los mártires de la justicia, la entrega generosa a los últimos de este mundo, la solidaridad con los que más sufren, la honradez de los justos, la fidelidad de los que resisten y la fortaleza de los que se enfrentan al mal apostando siempre por la vida
son señales más que evidentes de la potencia casi sobrehumana que conlleva la fe en la resurrección.

Este talante humano, admirable en cualquiera de sus manifestaciones y propio de la fe auténtica, no es, sin embargo, patrimonio exclusivo de nadie, es un don del Dios de la vida a todo ser humano que, independientemente de su confesión religiosa, sienta en su interior el anhelo de una sociedad más justa e igualitaria, luche abiertamente contra quienes generan y aceleran la muerte de seres humanos inocentes, y trabaje incansablemente por la vida digna y libre de toda persona humana.

En las actuales circunstancias del mundo apoyar la iniciativa de parar la guerra contra Afganistán, tal como hoy plantean muchas organizaciones sociales, es una señal más de la fe en el Dios de los vivos y amigo de la vida.

 

José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"