"¿Existe el diablo?"
La Verdad, 29 de Febrero de 2004

 

El primer domingo de cuaresma invita a reflexionar sobre el diablo y sus tentaciones. Las tentaciones de Jesús más conocidas son las desarrolladas en los evangelios de Mateo y Lucas, la pretendida transformación de las piedras en pan, la obtención del poder y la gloria a cualquier precio y la espectacularidad de lo religioso al saltar desde el alero del templo (Lc 4,1-13). Todas ellas fueron rechazadas por Jesús.

Cuando los evangelistas hablan del diablo como protagonista de estas tentaciones, están utilizando un lenguaje simbólico y sencillo para expresar realidades muy profundas de la vida humana. Más allá de cualquier interpretación literal del texto bíblico, la escena de la prueba a la que es sometido Jesús manifiesta las tentaciones reales de la vida de una persona extraordinaria. El diablo es la imagen del adversario por antonomasia del plan de Dios sobre la humanidad. Lo que está en juego en la confrontación de Jesús con el diablo es la concepción de Dios, de la misión que Jesús asume como Mesías y, en definitiva, la comprensión de la religión. Pero en la teología lucana, Jesús es el que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo (Hch 10,38).

El diablo es el símbolo del espíritu maligno que se manifiesta en quienes conciben la religión como un instrumento de manipulación de la conciencia, de control de las personas, de ejercicio autoritario del poder y de ostentación de rango social. Jesús rechaza ese diablo y así libera a los oprimidos por aquellos que utilizan el nombre de Dios y se sirven de él para encandilar a los demás con una religión fundada en magias o actuaciones milagreras.  Jesús libera a todos los engañados por esa manera de entender a Dios. Para saciar el hambre Jesús no convierte las piedras en pan sino que invita más bien a compartir partiendo y repartiendo el pan.

La segunda tentación es la del poder. Es la tentación de un mesianismo ejercido desde el poder y la gloria de este mundo. Pero la misión que Jesús tiene que consumar para cumplir la justicia de Dios no se ejerce desde la imposición de normas, ni desde el dominio despótico sobre nadie, y muchos menos desde la violencia, sino desde la fidelidad a la palabra de Dios y al plan de Dios contenido en ella: Un plan de liberación del hombre que pasa por la entrega de la vida como servicio hasta la muerte. Escalar el poder no es el camino para hacer un mundo de hermanos. ¡Ay de los que se aprovechan del nombre de Dios para pretender ascender en su carrera eclesiástica o política! 

En la tercera tentación el escenario es el templo, el símbolo central de la religión judía. Se trata de instrumentalizar a Dios para conseguir algo espectacular. También ésta puede ser la tentación de la Iglesia y de todo cristiano. Si las procesiones con imágenes cristianas no van acompañadas de obras de solidaridad con los pobres, de misericordia con los marginados, de ayuda a los necesitados, de justicia a favor de los explotados y de liberación de los oprimidos, esas manifestaciones y prácticas religiosas, por muy satisfactorias y brillantes que aparezcan, reflejan una religiosidad mal entendida y son inútiles. El ayuno cuaresmal que Dios quiere es que alejemos de nosotros toda opresión y todo tipo de calumnias y amenazas, que compartamos el pan con el hambriento y ayudemos a los indigentes. La única procesión que Dios quiere es aquélla en la que se abre paso la justicia y el derecho (Sal 85,14).

José Cervantes Gabarrón,
sacerdote y profesor de Sagrada Escritura,
director de la revista "Reseña Bíblica"