El primer domingo de
cuaresma invita a reflexionar sobre el diablo y sus tentaciones. Las tentaciones
de Jesús más conocidas son las desarrolladas en los evangelios de Mateo y Lucas,
la pretendida transformación de las piedras en pan, la obtención del poder y la
gloria a cualquier precio y la espectacularidad de lo religioso al saltar desde
el alero del templo (Lc 4,1-13). Todas ellas fueron rechazadas por Jesús.
Cuando los evangelistas
hablan del diablo como protagonista de estas tentaciones, están utilizando un
lenguaje simbólico y sencillo para expresar realidades muy profundas de la vida
humana. Más allá de cualquier interpretación literal del texto bíblico, la
escena de la prueba a la que es sometido Jesús manifiesta las tentaciones reales
de la vida de una persona extraordinaria. El diablo es la imagen del adversario
por antonomasia del plan de Dios sobre la humanidad. Lo que está en juego en la
confrontación de Jesús con el diablo es la concepción de Dios, de la misión que
Jesús asume como Mesías y, en definitiva, la comprensión de la religión. Pero en
la teología lucana, Jesús es el que pasó haciendo el bien y curando a los
oprimidos por el diablo (Hch 10,38).
El diablo es el símbolo del
espíritu maligno que se manifiesta en quienes conciben la religión como un
instrumento de manipulación de la conciencia, de control de las personas, de
ejercicio autoritario del poder y de ostentación de rango social. Jesús rechaza
ese diablo y así libera a los oprimidos por aquellos que utilizan el nombre de
Dios y se sirven de él para encandilar a los demás con una religión fundada en
magias o actuaciones milagreras. Jesús libera a todos los engañados por esa
manera de entender a Dios. Para saciar el hambre Jesús no convierte las piedras
en pan sino que invita más bien a compartir partiendo y repartiendo el pan.
La segunda tentación es la
del poder. Es la tentación de un mesianismo ejercido desde el poder y la gloria
de este mundo. Pero la misión que Jesús tiene que consumar para cumplir la
justicia de Dios no se ejerce desde la imposición de normas, ni desde el dominio
despótico sobre nadie, y muchos menos desde la violencia, sino desde la
fidelidad a la palabra de Dios y al plan de Dios contenido en ella: Un plan de
liberación del hombre que pasa por la entrega de la vida como servicio hasta la
muerte. Escalar el poder no es el camino para hacer un mundo de hermanos. ¡Ay de
los que se aprovechan del nombre de Dios para pretender ascender en su carrera
eclesiástica o política!
En la tercera tentación el
escenario es el templo, el símbolo central de la religión judía. Se trata de
instrumentalizar a Dios para conseguir algo espectacular. También ésta puede ser
la tentación de la Iglesia y de todo cristiano. Si las procesiones con imágenes
cristianas no van acompañadas de obras de
solidaridad con los pobres, de misericordia con los marginados, de ayuda a los
necesitados, de justicia a favor de los explotados y de liberación de los
oprimidos, esas manifestaciones y prácticas religiosas, por muy satisfactorias y
brillantes que aparezcan, reflejan una religiosidad mal entendida y son
inútiles. El ayuno cuaresmal que Dios quiere es que alejemos de nosotros toda
opresión y todo tipo de calumnias y amenazas, que compartamos el pan con el
hambriento y ayudemos a los indigentes. La única procesión que Dios quiere es
aquélla en la que se abre paso la justicia y el derecho (Sal 85,14).