El evangelio de Juan
cuenta lo que le ocurrió a Jesús en la boda de Caná de Galilea (Jn 2, 1-11)
Todos hemos oído hablar de aquella boda, pero no siempre se hemos prestado
suficiente atención a su mensaje. Para tratarse de una boda casi todo lo que
ocurre es muy extraño. El comentario del profesor J. Peláez pone de relieve
algunas de sus extrañezas. Extraña, en principio, que unos novios no calculen el
vino necesario para su fiesta de boda, pero extraña más todavía que el
maestresala, encargado del banquete, no se diera cuenta de esta falta y tuviera
que ser precisamente una invitada, María, la que constatara la triste situación.
Llama la atención que Jesús, siempre atento a las necesidades del prójimo,
responda a su madre con unas palabras que pueden sonar a descortesía o falta de
interés por resolver el problema: «¿Qué nos importa a mí y a ti, mujer? Todavía
no ha llegado mi hora.» Sorprende, por lo demás, que en el lugar donde se
celebraba la boda hubiera seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una,
destinadas a los ritos de purificación de los judíos. Seiscientos litros de agua
parecen demasiados para un lavado ritual. Reclama la atención del lector el
hecho de que Jesús mande sacar agua de las tinajas para que los sirvientes la
llevaran al maestresala, y que éste, al probarla, vea que se trata de vino de
calidad. Sin pararse a investigar más, el maestresala reprocha al novio el haber
reservado el vino de calidad para última hora. No sabía de qué iba la cosa... Y
por último sorprende sobremanera una boda en la que no se hace mención alguna
de la novia. Al terminar este relato, dice el evangelista: «Esto hizo Jesús
como principio de las señales en Caná de Galilea.»
Lo que aquí se narra no es tanto un aparatoso milagro cuanto «el
principio de las señales», el comienzo de algo nuevo y distinto que Jesús
inauguraba y que el evangelista expresa gráficamente como si se tratase de un
hecho sucedido.
Agua, vino y boda son signo de otras realidades conocidas por los judíos. La
religión de Israel giraba en torno al agua. El agua era el medio para la
purificación del pecado cometido. El vino era un símbolo del amor entre los
esposos: «Tu boca es vino generoso» (Cant 7,10). La boda representa la alianza
entre Dios y el pueblo. La antigua alianza estaba basada en unas tablas de
piedra, las tablas de la ley -de piedra son también las tinajas-. La nueva
alianza -la boda de Dios con el pueblo que lidera Jesús- no se basa ya en la
Ley, sino en el amor, vino que hace soñar otra vida.
Cuando Juan presenta este
episodio como señal está destacando que se trata de algo que un hecho. La boda
en Caná de Galilea es algo más que una ceremonia y que un banquete. En Caná,
Jesús anunció al maestresala, dándole a probar el vino, la sustitución
definitiva del agua-ley por el vino-amor, de la Antigua por la Nueva Alianza. La
hora definitiva de esta sustitución tendría lugar en la cruz, donde el
vino-sangre de Jesús acabó para siempre con la Ley para instaurar el amor como
único y definitivo mandamiento. En su aparente inoportunidad, la boda anuncia ya
la hora de la verdad. La hora de la gloria es la hora de la transformación, de
la conversión y de la consumación. Del agua se saca un vino delicioso. De las
tinajas ritualistas de una religión aguada se saca el vino de la alegría por una
Alianza que es encuentro y fiesta.
Pero la hora del amor
consumado pasará por el sacrificio, donde la pasión y el dolor se manifiestan
como amor “a fondo perdido”, lleno de vida y de gloria. La Pasión de Jesús es la
boda de Dios con la humanidad.